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La Constitución Nacional solo tiene estas exigencias: Para aspirante a diputado, titular o suplente, haber cumplido 25 años. Para senador o suplente, 35 años y la nacionalidad paraguaya natural. Nada más. No pide haber culminado alguna carrera universitaria, ni la secundaria, ni la primaria. Tampoco una conducta honorable. El que venga nomás. Esto es así porque se parte de la idea de que los electores quieren en el Parlamento a personas que los representen con inteligencia, honradez, desinterés.
La Constitución deja que cada Cámara del Congreso redacte su propio reglamento que contempla el tema ético. Este reglamento se cumplirá, o no, según el bando al que pertenece el político que lo haya quebrantado. Si es “de lo nuestro”, las fuerzas del cielo y de la tierra se unirán para salvar al más pintado delincuente. En la antigua Grecia el malhechor se refugiada en los templos para huir de la justicia. Hoy se refugian en el Congreso con el mismo fin.
Para manchar aún más la imagen del Parlamento, están los diputados y senadores tránsfugas que estafaron a sus electores presentándose como opositores, pero apenas terminaron de jurar se pasaron al oficialismo sin pudor alguno. Hablar de pudor a ciertos políticos sin que tengan el diccionario a mano es una pérdida de tiempo.
Los tránsfugas, que en esta legislatura vinieron en manadas, ponen en peligro la democracia. Los electores dudarán en momentos de votar porque no saben si ese rabioso opositor mantendrá sus promesas o las va a tirar al basurero para abrazarse –en realidad, abrasarse- a quien tanto habían criticado. Ante la duda, mejor quedarse en casa. La democracia se debilita con la escasa participación ciudadana.
A los funestos tránsfugas debemos añadir a los parlamentarios, igualmente funestos, que fueron expulsados de su Partido precisamente por aliarse al Cuarto Poder.
En estos días, el vicepresidente de Senadores, Ramón Retamozo, confesó que le debe a Horacio Cartes la continuidad en el cargo. Muy agradecido, dijo lo que ya se sabía: que Cartes interviene en la marcha de las instituciones del Estado. Cada Cámara nombra a sus autoridades, salvo que se someta a una autoridad superior.
La identidad de los autoritarios es el deseo de perpetuarse en el poder. Basilio Núñez, titular del Congreso, extendió su mandato hasta el 2027. ¿Para qué? Para servir mejor al patrón. Sus antecedentes no son para pensar que trabajará por el bienestar del país. Llevará adelante la máxima del cartismo, “Vamos a estar mejor”. Esto se cumple con puntualidad cada día. Ahí están los seis millones de guaraníes más para cada senador y diputado. Esta autoasignación aparece en momentos en que, como lo expresara alguien en Caacupé al ver a Santiago Peña salir de misa: “El pueblo llora sangre”. No les importa el sufrimiento de la gente pobre. Les importará para mentirle cuando estén necesitados de votos.
La mediocridad y la mala fe de este Parlamento están concentradas en la comisión garrote. Su vocero, Gustavo Leite, dijo el miércoles que las ONG dilapidan el dinero que reciben, pues “ni la educación ni la democracia mejoraron”. Leite fue dirigente de una ONG, con cuantioso dinero de Tabesa e Itaipú, “para combatir la adicción”. ¿Mejoró la adicción? Sí, mejoró, ahora tenemos el doble de adictos a las drogas y el cigarrillo. ¿Mejoraron la educación y la democracia? ¿Cómo van a mejorar con las autoridades que tenemos? Al contrario, cada día el país se hunde más y más en el descrédito.