Nadar contra la corriente

Llegan las fiestas de Fin de Año, y de la mano con estas celebraciones vamos a ser bombardeados con publicidad de todo tipo. A través de la televisión, redes sociales y carteles lumínicos ubicados estratégicamente en los principales semáforos, además de publicidad radial y, desde luego, anuncios llamativos que encontramos en todas partes, nos van a atragantar con ofertas variadas y súper atractivas.

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Detrás de todo esto existe un minucioso estudio del mercado, tendencias de compra y un componente de análisis sicológico muy fino. Así, se consigue direccionar la información hacia las personas y, habiendo creado previamente la sensación de necesidad, a través de la oferta posterior se ofrece la solución a la misma. Puede que riña con la ética, pero convengamos en que es sencillamente genial.

No cabe duda de que es uno de los grandes temas de nuestra época, sumamente complejo y definitivamente con demasiadas aristas como para ser analizado en forma irresponsable y superficial, pretendiendo que existe siquiera una mediana posibilidad de aclararlo razonablemente. Lo que no saca que sea importante que nos recordemos -todos, sin excepción- cada tanto, que vivimos en una sociedad inmersa en el consumo. Tampoco está demás que tengamos en cuenta que, si bien nos gusta actuar como capitalistas, estamos lejos del capitalismo de las sociedades de las que justamente queremos copiar estas conductas.

Lo que no requiere de mucho análisis para ser entendido es que en diciembre hay una inyección importante de liquidez en las calles, proveniente principalmente de los sobresueldos que reciben los trabajadores. Y sobre este dinero, en una imagen muy gráfica que tenemos en nuestras mentes gracias a cientos de caricaturas y chistes al respecto, sobrevuelan aves de rapiña de todo tipo de plumaje.

Una parte importante de la población (lastimosamente no toda), es beneficiaria en esta época del año de unos billetes, cosa que nunca cae mal. Y esto se da a través de dos sistemas. Por un lado, tenemos el décimo tercer salario, ese dichoso aguinaldo, que es un logro para los trabajadores y se consiguió mediante luchas y reivindicaciones, todas ellas justas y merecedoras de digno respeto.

Por el otro, tenemos a un grupo más pequeño, pero no menos afortunado, que se beneficia por un sistema de asignación salarial con algún tipo de premio o porcentaje en esta época, aunque eventualmente esto último puede variar. De esta forma, el mercado local se nutre con aproximadamente 1.300 millones de dólares pagados en concepto de aguinaldo entre el sector público y el privado.

A esta bonanza hay que sumar igualmente los salarios, y también el importante aporte que representan las remesas de miles de paraguayos que residen en el exterior. Éstos, en un gesto que va mucho más allá de la nobleza, destinan parte de lo que ganan con mucho esfuerzo en su exilio voluntario en la Argentina o España especialmente, para facilitar la existencia a sus parientes en Paraguay. Un fenómeno que nos debe llenar de orgullo.

Este dinero extra recibido en diciembre tiene por objetivo conceptual servir como un pequeño respiro al trabajador y, en ese contexto, permitirle gozar de las fiestas con un poco más de holgura. No soluciona todos los problemas ni paga las cuentas atrasadas, pero tiene un efecto sicológico importante y, claro que sí, ayuda para llenar la mesa familiar.

A partir de esa premisa es donde se hace demasiado importante que cada persona sepa distinguir claramente qué es prioritario y qué no, a los efectos de destinar estos fondos. Cualquier promoción lanzada en octubre llamada “Promo Aguinaldo”, posiblemente deba ser dejada de lado, como así también los cantos de sirena y promesas de alegrías cortas, que son solamente eso.

Todo esto está muy lejos de pretender ser una crítica a la oferta comercial. Las opciones existentes son buenísimas y nos brindan demasiadas posibilidades para elegir lo mejor y al precio más conveniente. Por ese lado, ganancia pura para el público. Pero, sepamos caminar con cuidado y prudencia por esa vereda. La sociedad está demasiado confundida entre el ser y el parecer, y los que tienen menos se estresan por copiar hábitos de los más ricos, con consecuencias negativas en la salud y finanzas de la población.

A los que tuvimos de niños la alegría y el privilegio de nadar en alguno de nuestros ríos, el papá/tío/baqueano nos enseñó (se aclara aquí que las lecciones eran cortas y había que atender para no recibir un tirón de orejas) a nadar siempre con la corriente. Así, aprendimos que, en esa y otras circunstancias de la vida, debemos aprovechar una ventaja natural a nuestro favor y que no hacerlo sería necio y hasta peligroso.

Ahora bien, en lo que hace a la sociedad de consumo y los espejismos del mercado, la prudencia aconseja actuar de forma contraria. Aquí, hay que tener la disposición de preferir la marca nacional a la extranjera que cuesta el doble. Y también sospechar ante el logotipo impreso en un producto que en puridad no es más que un commoditie manufacturado en un país asiático.

A fin de cuentas, quizás no se trate de que algunas cosas sean caras, sino que están nomás fuera de nuestro alcance. Así que, en vez de darle la vuelta a esa realidad, optemos por lo que sí está dentro de nuestras posibilidades, y hasta puede que nos sorprendamos ante algo tan bueno o incluso mejor de lo esperado.

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