El noble oficio de brindarle alegría al pueblo

De nuevo, el fútbol nos une con la alegría que sabe distribuir por igual entre ricos y pobres, a derecha o izquierda, en nobles y villanos. Las últimas actuaciones y victorias de la selección paraguaya contribuyeron para desatar euforias añoradas y amenguar la bronca ciudadana ante tantas aberraciones políticas. Hoy los políticos, para sentir algún aliento popular, se prenden al encanto albirrojo y al de su entrenador.

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El presidente de la Cámara de Diputados anunció que pedirá una condecoración para Gustavo Alfaro; pretensión oportunista, demagógica. Uno tiene derecho a presumir que detrás de la intención está solo el deseo de aparecer en la foto, con una sonrisita artificiosa, al lado de alguien admirado por el pueblo. No es agasajar a Alfaro, sino exhibirse al lado de Alfaro.

Lo que debieran hacer el presidente de esa Cámara, que no tiene tan buena fama corporativa que digamos, y todos los señores políticos —antes que recurrir a estos artilugios demagógicos de prenderse al prestigio de otros— es obrar en política de tal forma que el pueblo los quiera de verdad. Eso significa convertirse en políticos con calidad de estadistas; vivir la política teniendo en cuenta su finalidad primordial: la búsqueda del bienestar ciudadano.

Si un político —como el caso del señor presidente de Diputados— apaña los nepotismos, llena las dependencias de su Cámara de planilleros, consiente obscenas excursiones de parlamentarios ociosos pagadas con dinero público y tiene más propensión a trabajar para el interés particular de su patrón que para el del ciudadano de a pie, difícilmente logrará la adhesión del pueblo. A lo más, tendrá el aplauso avaro de los hurreros de alquiler, o el de planilleros estratégicamente ubicados; o contará con los likes de los perfiles falsos creados en las redes para aparentar una popularidad absolutamente ficticia.

Lo del señor Alfaro es admirable, loable desde todo punto de vista. Tomó un grupo de futbolistas desmoralizados tras tantas derrotas y lideró una reconversión de los mismos hasta volverlos competitivos y victoriosos ante adversarios de alto potencial.

¿Cómo lo hizo? Eso es lo que debieran observar los políticos. Para aprender. El señor Alfaro es un estupendo comunicador, un motivador y un profundo conocedor de lo suyo. Y una cuestión primordial: para su equipo eligió a los mejores y los ubicó ahí donde mejor rinden. Se acabó con la sospecha anterior de que ciertos jugadores eran convocados por interés empresario y no precisamente deportivo.

Haciendo una analogía entre el partido de gobierno y el liderazgo del técnico albirrojo, los dirigentes partidarios, si buscan que el pueblo paraguayo los ame tal como ama hoy a don Gustavo Alfaro, deben priorizar la calidad individual por sobre la mediocridad y pensar como piensa el equipo albirrojo: ganar para darle al pueblo la alegría que este anhela.

Los políticos se dedican hoy solo a ganar elecciones para someter luego al pueblo. No son dignos de vestir la albirroja ni de acercarse a Alfaro para hipócritas sonrisitas fotográficas.

nerifarina@gmail.com

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