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Y sí. Ese “mago” es Gustavo Alfaro, que en tres meses borró catorce años de frustración, de desconsuelo y sinsabores uno tras otro partido de la selección vaya donde vaya. “Y yo digo”, cuál es la magia que no logramos ver, pero que sí nos devolvió la confianza, el entusiasmo, el deseo fuerte de estar en los estadios, incluso en lo más lejano y complicado como anteayer en El Alto, y ponerse otra vez con orgullo la casaca albirroja.
Cierto, de cazar utopías imposibles a un nuevo entusiasmo que genera volver a creer en los mismos que tuvieron que asimilar sinsabores, jornadas de derrotas y descrédito de casi todo un país. Luego del mejor Mundial, en Sudáfrica 2010, pasaron catorce largos años de sufrimiento y hasta falta de respeto de los rivales que ahora nos vuelven a mirar con temor, y sobre todo en lo que es otra vez el Fortín de los guerreros: Defensores del Chaco.
Pasaron dos entrenadores (Guillermo Barros Schelotto y Daniel Garnero) en este proceso de apostar ir al Mundial 2026, pero cuando el barco guaraní parecía volver a hundirse, y más después de la pésima campaña en la Copa América 2024, surgió la idea de confiar el timón a Gustavo Alfaro, que sí aceptó asumir el desafío en medio de la incredulidad de gran parte de los que tenemos la responsabilidad de informar e insistir en la necesidad de tomar decisiones acertadas. Y un día vino el que ahora es considerado el “mago” de los nuevos tiempos divinos que disfrutamos detrás de la selección paraguaya. El “cambio de cara” también llegó a los equipos menores de la Albirroja, la Sub 23 fue campeona del Preolímpico y la Sub 15, la mejor del Sudamericana en la categoría.
A cada fracaso acumulado de la selección se escuchaba la respuesta casi grabada: “No tenemos un líder” y el cazador de utopías encontró otra mejor réplica: “Siento que este es un equipo que está empezando a liderarse solo”, pero ¿quién encontró al paladín perdido?
“Borges (Jorge Francisco Luis) decía: ‘Triunfamos y fracasamos menos de lo que creemos’”, es la reciente frase de Alfaro, que pese al enorme cambio en el momento de la selección, pide cautela en este recorrido, pues mucha razón tiene cuando remarca que: “No lograr el objetivo sería un golpe duro, pero es una posibilidad. Porque el fútbol no vende seguros para el éxito, no los vende...”. Y nada más real aquello “como decía Fangio, la carrera no se gana en la primera curva, sino cuando baja la bandera”. De este cazador de utopías depende seguir con el ritmo y que la alegría acumulada en estos tres meses no se enfríe cuando recién en el mes de marzo volvamos a estar con la Albirroja.
Alfaro tiene la foja invicta con la que ilusiona, él y su nueva tropa, con seis partidos sin perder, con tres fuera de casa con empates (Uruguay, Ecuador y Bolivia, que en su nuevo Fortín a 4.150 metros sobre el nivel de mar vio a Paraguay sacarle un punto, marcarle los primeros goles y hasta salvarse de una derrota). Lo mejor de estas utopías imposibles: se le ganó a Brasil, se remontó a Venezuela y a la campeona el mundo Argentina en el Defensores, ¿y quién nos quita lo bailado?
La Albirroja está de vuelta, se carga otra vez de jerarquía, intimida, devolvió la alegría y merece respeto porque esto dejó de ser una utopía.