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Con la globalización de lo que comemos surge la gran posibilidad de elección: una buena porción de asado con mandioca, tex mex comida mexicana, variedad de pizzas, tacos, lomito árabe, burger, sushi, comida china, peruana, de la India, coreana, vegetariana, vegana, etc.
Existe buena intención detrás de esta variada oferta que expresa la multiculturalidad de nuestras ciudades. Lástima que, al final, casi siempre sucede lo mismo: la mejor intención se corrompe por intereses exclusivamente económicos. Y en lugar de la oportunidad de probar algo nuevo o un acercamiento entre culturas, acaba convirtiéndose en un negocio de cadenas de comida, que va dejando cada vez menos espacio a esos proyectos que nos tratan de presentar gastronomías diferentes con cuidado, con cariño, con respeto.
Dos cuestiones que también tienen mucho que ver con la alimentación son la delgadez y la obesidad. Se sabe que no es lo mismo la gordura o flacura de una persona adinerada que el cuerpo esquelético o rechoncho de la pobreza. La gente pobre suele vivir a dieta y gimnasia forzada, mientras que la opulencia invierte fortunas en dietistas, gimnasios, spa y personal training. La pobreza engorda a base de tortilla, empanada y mandioca, en tanto que la riqueza sube de peso mediante suculentos asados, mollejas, chinchulines, wang-tung frito, langostinos y so’o apu’a. El pobre campesino enmagrece porque no tiene qué comer y camina kilómetros porque sus miembros inferiores son su única forma de traslado. La gente de plata adelgaza aplicándose ozempic, medicamento destinado a paliar la diabetes, también conocido como la panacea de Hollywood, porque algunas celebridades empezaron a consumir y a hacer público su efecto adelgazante. Se necesita receta médica para adquirirlo en las farmacias y consumirlo sin tener diabetes es un peligro que puede acarrear serias consecuencias a la salud.
Alimentarse o no alimentarse, ¿es esa la cuestión? No siempre ni para todos por igual, porque quien come lo que quiere, cuando quiere y elige dejar de comer o no es el humanus pudiente. Y solo la gente muy pero muy pudiente y epicúrea conoce el sabor del caviar Almas que se vende en latas de oro de 24 kilates, las ostras Ostrea Regal de Nueva Zelanda, la langosta allan semani de Indonesia, las setas japonesas matsutake, la carne de res de Wagyu procedente de Kobe, Japón, y el atún de aleta azul o kuromaguro, que es una especie en extinción. Alimentarse con los mencionados manjares sí que vale la pena en oro subir de peso.