Postal de Nueva York

Llego a Nueva York después de un vuelo trasatlántico. Es una ciudad en la que viví durante los años universitarios y que visito con cierta frecuencia.

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Pero confieso que la pasión que sentía en el pasado por esta urbe tan viva ha perdido fuerza, quizá porque ya no tengo la energía que requiere el movimiento constante entre rascacielos apretados. O, tal vez, debido a que al estrecho y largo Manhattan se le notan las grietas del tiempo tanto como a mí.

Desde la pandemia noté que la ciudad estaba más marchita, incluso desencajada, con una infraestructura cada vez más descuidada, como si nadie se ocupara del metro, los puentes, las oficinas públicas, las bolsas de basura acumuladas en las calles para festín de unas ratas cada vez más numerosas y desfachatadas.

Desembarco en Nueva York por el aeropuerto de John F. Kennedy, perpetuamente en construcción y condenado a un aspecto desfasado por más que se anuncia su modernización. Dicen que en la nación no se logra avanzar en la reforma de las infraestructuras desvencijadas gobierne quien gobierne en Washington.

A mi llegada a Nueva York todavía sus habitantes están acostumbrándose a la idea de que Donald Trump es el presidente electo tras ganar holgadamente las elecciones. El estado es tradicionalmente demócrata y en las lujosas Trump Towers, en pleno Manhattan, hay más presencia policial. Sin embargo, lo cierto es que no hay movimiento alguno y los neoyorkinos circulan a gran velocidad, presurosos por llegar a sus oficinas y trabajos.

En los días de mi estancia el magnate pisa suelo neoyorkino porque debe atender alguno de los procesos judiciales que tiene pendientes y de los que, una vez que ocupe de nuevo la Casa Blanca, seguramente se librará por inmunidad presidencial. En el ambiente se respira más fatiga que indignación.

Del aeropuerto hasta mi hotel me lleva un afable chofer con quien converso durante el congestionado trayecto. Iván, así se llama el conductor, es mexicano y lleva más de 20 años en Nueva York. Me recomienda restaurantes y hablamos de los establecimientos de comida latina que abundan en Queens, donde se concentran colombianos, centroamericanos, dominicanos y también mexicanos como él; me comenta que cada día es más difícil transitar por la ciudad y que el coste de la vida es prohibitivo.

Conversamos sobre los resultados de las elecciones y resalta que todo discurrió sin mayores percances. Confía, me dice, en que Trump será un buen presidente. ¿En concreto, qué hará para mejorar la situación?, le pregunto. Su respuesta es vaga y retoma la recomendación de restaurantes. Me quedo sin saber cómo llegó de México hace más de dos décadas y si todavía tiene familia en su país natal.

Esa misma noche asisto a una proyección privada del documental Separados/Separated, inspirado en el libro del periodista Jacob Saboroff, sobre la separación de familias inmigrantes que en 2018 Trump puso en marcha durante su primer mandato. El documental, que muy pronto se estrenará en la cadena por cable MSNBC, indaga en los motivos que llevaron a su administración a separar a menores de sus padres una vez que ingresaban a Estados Unidos por la frontera sur con la intención de solicitar asilo. Aparecen los principales artífices de aquella política, Stephen Miller y Tom Homan, convencidos de que dichas medidas draconianas acabarían por disuadir a otros migrantes de lanzarse a la travesía.

De aquel experimento “tolerancia cero” al menos 1.400 menores se extraviaron en el laberinto de un sistema que nunca tuvo como prioridad reunirlos nuevamente con sus padres. Coincide la noche de la proyección con los nombramientos que acaba de hacer Trump: regresan a su gabinete Miller y Homan.

En parte, el republicano le debe su segundo triunfo a la promesa de realizar deportaciones masivas en cuanto retorne a la Casa Blanca. Su intención, proclama, es expulsar del país a 11 millones de indocumentados a pesar del arraigo que ellos y sus familias puedan tener en Estados Unidos después de muchos años de estancia y aporte laboral. Separados/Separated aborda algo que pasó hace seis años, pero parece el preludio de una misión que se quedó a medio camino y que ahora quieren rematar.

Pasados unos días me despido del personal de hotel, casi todos latinos, y de una señora, encargada de la limpieza de la habitación, que emigró de Macedonia y rememora con añoranza la belleza de las costas del Adriático. En el avión rumbo a otra ciudad me siento junto a un matrimonio chino que apenas habla inglés, aunque llevan años en Estados Unidos.

No les pregunto hace cuánto y cómo llegaron. Intento visualizar ese momento en que a partir del 20 de enero de 2025 repentinamente se realizarán operativos para llevarse a hombres y mujeres que ya consideran este país como suyo. Los fundamentos se tambalean y desde la ventanilla Nueva York es un punto minúsculo que se desvanece.

[©FIRMAS PRESS] *Artículo gentileza.

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