Confiar más y compartir más

Tanto la primera lectura como el Evangelio muestran dos mujeres con varias semejanzas: las dos son viudas, son pobres y son generosas. Es más, las dos pasan por un aprieto económico. Sin embargo, presentan una notable talla moral y ambas están fuera del mundo fashion: prefieren ser grandes a los ojos de Dios.

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Jesús, sentado en el templo, observaba cómo las personas daban su ofrenda. Algunos ricos daban limosna en abundancia y, de repente, aparece una viuda que depositó solamente dos monedas de cobre, en sí mismas, de poco valor.

Y esta señora mereció el elogio del Señor, que es único dueño de todas las barras de oro y de las monedas de plata del mundo.

El gesto, o mejor, la actitud de vida, de compartir con los otros se opone al gesto de amontonar de modo egocéntrico.

El compartir cristiano abarca prácticamente todas las dimensiones de la existencia: los bienes materiales como la comida, las medicinas y otros elementos para que todos tengan una vida humanamente digna.

Pero abarca también los dones morales como la alegría, la rectitud, el buen humor y la sinceridad para dialogar. Algo muy necesario en nuestro mundo es la paciencia con los demás: compartir la paciencia y no explotar con palabras rabiadas, como quien juzga con precipitación sin oír las dos campanas.

Cuando alguien da algo de material, da también algo de espiritual: donando algo del exterior, uno dona también algo de su interior. El rico de este evangelio regaló mucho en cantidad material, pero muy poco en calidad fraterna y en confianza en Dios.

La viuda hizo justamente lo contrario: compartió todo lo que tenía, porque anidaba en su corazón una enorme confianza en Dios. Ella sabía que el Padre cuida de los pobres y, más todavía, de aquellos que reparten para ayudar a los excluidos de la sociedad.

Ella, como pobre que era, conocía bien lo que es la necesidad y cómo duele precisar y no tener, así, comparte de modo desprendido. Pero en este regalo material está también el sentimiento de su corazón: el amor y la seguridad de que Dios le resguarda con cariño.

Cuando tenemos familiaridad con el Señor y sabemos que su Amor no nos defrauda, aunque puede tardar, la persona es más dadivosa y tiene esto como actitud de vida: “Dios nunca se deja vencer en generosidad”.

Por ello, Jesús califica su acción como mucho más valiosa que la del rico, aunque en los criterios de gente frívola y materialista la cosa parezca al revés.

Paz y bien

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