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Una siesta de noviembre en Paraguay, ustedes saben a qué me refiero cuando les pido que se imaginen el calor. Esta señora, joven -pero avejentada por su largo trajinar- no debería estar en mi puerta, ella debería estar con su hija, una paciente oncológica, en el hospital o disfrutando de la familia en su casa. Sin embargo, no descansa porque tiene una niña a la que no le quiere fallar, por lo que prefiere sentir los portazos, la indiferencia o que le digan: “No gracias, otro día”.
Me puse a pensar en las veces que sin dudar, o sin siquiera pensarlo, di esa respuesta negativa. Es algo que sale pronto, es como un sistema antifraude activado constantemente que nos hace inhumanos, algo que tenemos programado.
Mientras más pasa el tiempo, más admito la capacidad de asombro que tienen mis amigos ante casos similares. Gracias a muchos de ellos me di cuenta de que asombrarse es también sentir un poco de empatía, es vivir un poco como el otro, ponerse en sus zapatos, aunque a veces ni siquiera los tenga. Es también un poco de lo que vivimos con Teletón, y renueva las esperanzas saber que tantos voluntarios y colaboradores se mueven para cambiar vidas a los que tanto necesitan.
La mayor parte del tiempo huimos de la solidaridad, nos resulta más fácil pensar que todo es un fraude, que hay redes de estafadores inventando historias tristes para conmovernos y, sin embargo, la realidad aparece una tarde tocando el timbre. Sin más recursos que una bolsa de caramelos para pagar tratamientos impagables para cualquiera.
No es malo aislarse en ciertos momentos, pero no podemos vivir una vida alejada del mundo real, aunque este nos dé una cachetada. Esa es la realidad de nuestro Paraguay ahora, los familiares y los propios enfermos deambulan buscando solucionar el problema de desabastecimiento en los hospitales, blindan su espíritu, se hacen fuertes y recorren al sol con la piel curtida buscando conseguir esperanza, la esperanza de poder hacer un tratamiento sin sobresaltos para seguir viviendo dignamente. ¿Es pedir demasiado? Por lo visto que sí, porque se volvió normal en el país de las polladas que el Estado sirva mucho a unos pocos, mientras muchos reciben tan poco, migajas que no llegan siquiera a convertirse en esperanza.
La caridad no es moverse por lástima o solo por sentimientos, es también actuar con justicia ante lo que pasa frente a nuestros ojos, sin dejar de lado la fe, la esperanza y el amor, al final son las tres cosas que permanecen ¿no?