Miserables

Comentaba Aristóteles en LA POLÍTICA que los éforos eran los verdaderos gobernantes en Esparta elegidos por el pueblo. Aconteció que un hombre completamente miserable ocupaba el cargo, que, debido a su pobreza, solía con facilidad ser sobornado. Ciertos éforos fueron corrompidos con dinero y, en la medida que estaba en su poder, arruinaron a todo el estado.

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Viene al caso la anécdota sobre lo que acontece con la clase política paraguaya, en particular esa empotrada en el Congreso, la perteneciente al movimiento Honor Colorado y sus satélites, los tránsfugas multicolores y multisignos. También el extraordinario valor literario de “Los Miserables”, obra del escritor francés Víctor Hugo, se ajusta perfectamente a la realidad de estos políticos, quienes se caracterizan por la falta de empatía y la carencia de sentido colectivo hacia el ciudadano, hacia el pueblo que los sostiene, el que de verdad trabaja y produce, que lo paga todo y que es víctima de esta caterva que no lo defiende ni le importa.

Esta es la lectura de la política miserable, de lo políticos que gobiernan al Paraguay. Sí, estos que sin empacho de vergüenza –de hecho carecen de ella– perciben sumas ilógicas en concepto de salarios y beneficios, llevándose cifras que, en la vida productiva, no la conseguirían autoasignándose sino odiosos privilegios de jubilaciones, seguro de salud vip, cuyo costo sobrepasa la miseria de sueldo que ellos autorizan cada año aprobando el presupuesto general de la nación a educadores o personal de blanco, sobre la base del dinero público a mangonear, sin descontar vacaciones, cuya duración sobrepasa la de aquel ciudadano que trabaja años. Estos son los políticos paraguayos, los que solo atienden sus propias exigencias, sus propios beneficios y sus miserables intereses.

La política, dicho con mayúsculas, dicen que es el arte de gobernar bien a los pueblos, con la equidad y justicia necesarias e imprescindibles para ello, virtudes estas de las que carecen nuestros políticos en nuestra infausta realidad.

Ciertamente, la pobreza en nuestro país es propiciada en su mayor parte por políticos que, si mal administran los recursos de la nación, lo hacen suyo, convirtiendo ello no solo en una cultura, sino como parte del “folklore paraguayo”. Los innumerables procesos de corrupción abiertos a aquellos es prueba palpable de tal afirmación, independientemente de la impunidad que muchos gozan merced a la también miserable complacencia de un Ministerio Público arrodillado a la nefasta influencia de la clase política.

Ahí tenemos como ejemplo el nepotismo ramplón de estos “pobres” de espíritu y de sensibilidad social, traficando puestos e influencias, nombres, poderes que con su actuar niegan a la población, obras, servicios esenciales y básicos, educación, seguridad, fuentes de trabajo, salud y los mínimos satisfactores para una existencia digna y con más oportunidades. Las escuelas se caen a pedazos igual que los hospitales. No hay medicamentos ni personal de blanco suficiente. Solo miseria, pero sí recursos para la clase política, la miserable, la que dilapida a su antojo, total son mayoría.

La clase política, esa empotrada en el coloradismo y en los tránsfugas multicolores, solo hace obras que se obligan a hacer, para también hacerse de recursos para ellos y sus secuaces. No reparan en las necesidades y esperanzas de los ciudadanos. Es cosa superflua e intrascendente, no es importante.

Ningún paraguayo merece una vida indigna, tampoco merece vivir en pobreza y menos tener por representantes a miserables.

Cuando quienes han de servir de modelo no lo son, tenemos un problema. Pobre Paraguay, por tener a tantos políticos traidores al elector que solo logran acumular desdichas y afrentas.

La degradación de la política es peligrosa, en tanto es también el reflejo de la sociedad, como lo es también la escuela, como lo es la seguridad.

No aprendemos, no escarmentamos. Mientras tanto, en el país de Sísifo, la rueda cae cada día, sin piedad, sobre nuestras espaldas. Algo tenemos que hacer y ya.

aamonta@gmail.com

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