Cargando...
La respuesta de Jesús es sencilla y, a la par, profunda: que observe los mandamientos: no matar, no cometer adulterio, no robar, no calumniar y mostrar afecto y paciencia por su padre y madre.
Su interlocutor sostiene que conoce estas orientaciones y las ha observado desde temprana edad.
Esta rectitud de carácter hace el evangelista observar: “Jesús le miró con amor”.
En efecto, es placentero constatar que una persona busca formarse con valores auténticos, que construyen su personalidad, tienen una referencia precisa hacia la fraternidad y la ternura por el semejante: hasta el mismo Señor del universo se muestra encantado con este esfuerzo.
Sin embargo, Jesús conoce la debilidad del ser humano, la languidez de sus buenos propósitos y le propone un desafío: “Solo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes”.
Le faltaba una cosa, que era el paso de una práctica mesurada, calculada y sin imprevistos a una vida desapegada de los bienes y llena de heroísmo, manifestando un amor concreto a la gente necesitada.
Le faltaba una relación más verdadera con las cosas materiales, la comprensión de que son un medio para heredar la vida eterna y, jamás, la finalidad de nuestra existencia.
Le faltaba también el desprendimiento de sí mismo, la capacidad de donarse personalmente, disponiéndose a seguir a Jesús, confiando en su amor y su Palabra, más que en su fortuna y sus seguridades.
A nosotros, seguramente, también nos falta una cosa, y este es el momento oportuno para una revisión sincera, para considerar que debemos brindar más afecto a nuestros familiares.
También los aspectos materiales, como no ser tan avaros, tan consumistas, o soberbios, por juzgar que tener mucho es ser mejor que los otros. Siempre está candente el peligro de la riqueza, ya obtenida o muy deseada, y tener “un espíritu de rico”, de ser una persona cuyo apego a la riqueza le endurece el corazón.
No permitamos que “nos falten cosas” en nuestra amistad con Cristo, antes, lo pongamos en primer lugar siempre.
Paz y bien.