Seguimos en Valle Lorito

La comisión garrote tiene su encanto. Mario Halley Mora le llamaba a sus comedias “pukara” (para reírse) que viene a ser esta comisión. Entre sus muchas piezas, Mario había escrito “El comisario de Valle Lorito”, que vuelve para recordarnos que nuestra historia avanza en círculo. Hoy vivimos también en Valle Lorito, con su comisario que todo lo domina y acapara. Si no ha de ser de él, crea comisiones que enturbien lo que no puede alcanzar.

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La versión actual del “Comisario de Valle Lorito” tiene tres actos. El primero presenta, reunidos en una comisión, a los personajes medio estrafalarios. El público no necesita de mayores detalles para darse a la risa como cuando uno de los protagonistas, creador de la comisión, se presenta inspirado en Robespierre, el líder de la Revolución Francesa, conocido como el “incorruptible” y con derecho a sembrar el terror. El Robespierre de Valle Lorito asume el rol de “incorruptible” y encabeza una cruzada contra la corrupción. Aterroriza a las ONG, culpables también de conspiración. Empapela las redes sociales con documentos privados que, a criterio de la severa e inmaculada comisión, son las pruebas de terribles actos criminales.

Termina el primer acto con el desarrollo de la primera reunión en que se presenta una lista de las ONG que deberán pasar por la rigurosa inspección como concierne a una entidad que vigila la honestidad pública. Se comienza con las que se presume que usan el dinero extranjero para desacreditar al comisario. Este no aparece en escena sino al final de la comedia. Entre tanto, su presencia se advierte en cada acto y pensamiento de los personajes que se mueven a control remoto.

El segundo acto se inicia con la entrada de los voluminosos miembros de la comisión que caminan pesadamente hacia sus regios sillones. Al sentarse, el presidente toma la postura de un senador de la antigua Roma recién coronado de laureles. El pukara va tomando cuerpo. Aparece el primer convocado para presentar las documentaciones de su organización. Llueven las preguntas del presidente y de Robespierre nativo. Buscan afanosamente las pruebas de algún tremendo delito. ¡Al fin encuentran una!: Son las facturas pagadas por trabajos profesionales a periodistas, abogados, economistas, etc. La comisión, eufórica, dio a conocer de inmediato su hallazgo singular. El interrogatorio continúa. El presidente le codea a su colega, igualmente voluminoso, para que haga preguntas al convocado.

-¿Qué hora tenés vos?

-Las once, señor

-E’a, pensé que era martes. ¿Conocés Ayolas?

-Sí, señor

-¿Y Villeta?

Robespierre nativo le dio un rodillazo para que termine su interrogatorio, largamente meditado.

Tercer acto. El primero fue de presentación del tema; el segundo, desarrollo; y este último, el nudo que viene a atar los cabos que parecían sueltos y a revelar a los personajes que se presentaron con una identidad falsa. Estas escenas se parecen –con las limitaciones de rigor- a las grandes comedias que trataron, desde la risa y la reflexión, la hipocresía, la doblez, el disimulo. Tartufo, de Moliere, es la cumbre.

Se inicia este último acto con la difusión en la prensa y las redes sociales de una ONG ¡propiedad de Robespierre nativo! La creó clandestinamente para “combatir la adicción” con dinero de una empresa tabacalera. La nicotina es lo más adictivo que hay. El público se pregunta: si Robespierre nativo se propusiese a combatir la adicción a la cerveza ¿lo haría con dinero de la Cervecería Paraguaya?

Los rayos y truenos que Robespierre lanzó contra las ONG se volvieron contra él. No se esconde del ridículo, al contrario, se alza desafiante.

El comisario de Valle Lorito concluye la comedia con esta frase: “Traviesos los muchachos, pero son míos”.

Cae el telón.

alcibiades@abc.com.py

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