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La más espeluznante confesión del senador Gustavo Leite es que quieren matar “oenegeros” “social y políticamente”. Pero la primera admisión inconstitucional de Leite es su confirmación de que alguien -quizá Cartes- les torció el brazo: “(…) y nos plantamos sobre el final y vos ya sabes gracias a quien torcimos el brazo” (sic). El artículo 201 de la Constitución Nacional establece como causal de pérdida de investidura que “Los Senadores y Diputados no podrán estar sujetos a mandatos imperativos”.
El audio de Gustavo Leite nos ha empalado en la certeza de una tenebrosa cacerías de brujas. Después de la segunda guerra mundial, el senador estadounidense Joseph McCarthy alimentó el miedo al comunismo y desató una de las más feroces persecuciones de que se tenga noticia en un país donde siempre se jactaron del respeto a las libertades y derechos humanos. El senador usó el Congreso para denuncias, interrogatorios, acusaciones, listas negras y feroces persecuciones.
Crearon un Comité de Actividades antiestadounidenses de la cámara de Representantes (HUAC, en inglés) que se convirtió en el brazo ejecutor de la cacería pero a diferencia de nuestra comisión garrote, hacia el final fueron obligados a hacer audiencias públicas transmitidas por televisión. En ellas los acusados eran obligados a convencer de su patriotismo mientras sus delatores disfrutaban arrastrándolos hasta la cárcel o el exilio. Fueron por todos y por cualquiera: escritores, guionistas, directores de cine, productores, profesores de escuelas y universidades, actores, funcionarios públicos, periodistas, filósofos, intelectuales, etc.
Biografos de McCarthy aseguran que su adicción a la bebida no lo hizo calcular sus fuerzas y arremetió también contra el Ejército. El 9 de marzo de 1954 Joseph McCarthy se encontró con la horma de su zapato cuando el periodista Edward Roscoe Murrow dedicó todo su programa televisivo a exponerlo; las semanas siguientes las tácticas macartistas transmitidas quedaron en el ojo público mientras atacaba al ejército estadounidense, y acusó al mismísimo ministro de Defensa de ser comunista. Pero fue el 9 de junio de ese mismo año cuando el abogado del ejército -Joseph Welch- lo increpó públicamente en plena transmisión de TV: “Pero, ¿tiene usted algún sentido de la decencia, Señor?”. Su poder omnipotente se desplomó después como castillo de naipes no sin antes causar profundas heridas a la democracia estadounidense donde la libertad individual fue sacrificada en el altar de la seguridad nacional. Por cierto, McCarthy murió sin pena ni gloria de cirrosis hepática.