El nuevo viejo “Index”

El “Index Librorum Prohibitorum”, el índice de libros prohibidos, conocido generalmente solo como “Index”, era un catálogo que la Iglesia Católica mantuvo hasta 1966, conteniendo la lista de obras que los jerarcas católicos impedían que se lean y conozcan con todo el poder coercitivo del que fueron capaces hasta su último minuto.

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Tienen el gran honor de haber entrado en el listado todos los sarcasmos de Voltaire, toda la ciencia de Galileo, todo el erotismo de Joyce, toda la economía de Adam Smith, en fin, todo lo que cuestionaba los absurdos dogmas cristianos y, como consecuencia, amenazaba la autoridad, el poder y la riqueza de sus beneficiarios, desde papas y obispos hasta sus mediocres operadores de base, esos pequeños seres con vocación de comisarios que medran molestando a las personas normales.

Algunos ilusos creyeron que la desaparición del “Index” suponía la desaparición de esos sórdidos personajes, infatuados en su chatura, pero fue una esperanza vana, tal cosa no ocurrió.

Cambiaron de tenida nomás. Ya no cargan las ridículas mitras o togas con que pretendían antes que se reconozca su primacía. Ahora se visten de gestores de redes sociales para “combatir la ‘desinformación’”, un vaso de cartón de Starbucks simboliza su status, y mejor aún si sus curriculum vitae están en inglés, pero son la misma escoria que eran sus antecesores: “La mona, aunque se vista de seda, mona se queda”.

Y así como dichos antecesores eran pagados por cuanto bandido necesitaba indulgencia para aparentar ser decentes, así mismo los actuales son pagados por esa inmensa red internacional de “organizaciones no gubernamentales” montada por los fascistas del Foro Económico Mundial para disfrazarlo de correcto.

Ahora sabemos, gracias a confesiones oficiales como la de Mark Zuckerberg, principal accionista de META/Facebook, o a los “Twitter Files” que son los archivos de Twitter publicados por Elon Musk, su principal accionista, además de muchos otros elementos, que nuestros nuevos gestores de redes sociales con sus Starbucks son, en realidad, patéticas repeticiones de aquellos sombríos censores que se creían desaparecidos.

En todo, los nuevos repiten a los viejos: Suprimir todo lo que cuestione sus absurdos dogmas, ahora climáticos, y que, como consecuencia, amenace la autoridad, el poder y la riqueza de sus beneficiarios, que son unos bandidos y nada más.

Estos miserables seres con vocación de comisarios, que medran molestando a las personas normales, nos quieren imponer de nuevo lo que debemos creer, lo que podemos leer o ver, hasta la manera en que hablamos nos quieren “corregir”, o lo que es permitido comer.

Su instrumento para aplastarnos es el miedo, la patota, sus trolls en redes, la reedición actual de los parabolani del sanguinario Cirilo de Alejandría. No debemos temerles. Tenemos que desenmascararlos, exponerlos, combatir sus desatinos y ponerlos donde deben estar: El basurero.

evp@abc.com.py

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