Tener corazón puro

Retomamos el evangelista Marcos, del capítulo 7 al 13, y lo vamos a seguir hasta el 17 de noviembre.

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El texto de hoy nos presenta una discordia de Jesús con los fariseos, por causa de la observancia de ciertas tradiciones, en este caso, sobre lavar las manos para no comer con “manos impuras”.

Para ellos, la pureza venía de un gesto ritual, como lavar las manos, los vasos y las vajillas, en cuanto Jesús toca el valor de la pureza moral.

Evidentemente que la limpieza de manos, de cabellos, tener un cutis lleno de excelentes cremas no genera una decencia de costumbres. Y este era el motivo de la pelea, pues ellos decían que estaban “puros” por respetar prácticas exteriores.

El Señor les advierte sin pelos en la lengua: “Hipócritas, este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí, y en vano me rinde culto.”

El tema es de mucha actualidad, pues hay el riesgo de uno considerarse “con un corazón puro”, es decir, un laico comprometido y católico ejemplar, por practicar ciertos rituales, manifestar tierna devoción a los ángeles, desparramar veinte imágenes de santos por su casa, y de vez en cuando, ofrecer una chocolatada para los niños.

Todo esto será bueno y deseable, pero es necesaria una coherencia de vida mucho más profunda, pues no basta honrar al Señor con los labios.

Jesucristo nos exhorta hacia una pureza moral, afirmando que lo que hace al ser humano impuro es lo que sale de su corazón, como las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, la avaricia, la envidia, la difamación y el orgullo. Todas estas cosas proceden de su interior, son las que lo manchan y lo desfiguran como hijo de Dios.

Es una situación peligrosa realizar cosas artificialmente, meritorias en sí mismas, pero llenas de gusto por lucirse, colmadas de soberbia por considerarse justo delante de Dios y persona de más importancia que las otras.

Nuestra práctica religiosa debe tener una incidencia efectiva en la vida, de modo que busquemos un “corazón puro” a través de la honestidad de nuestras actitudes y la sinceridad de nuestras palabras.

Tener un “corazón puro” exige fortaleza para no dejarse llevar por ideas oportunistas y gestos manipuladores en el ambiente de trabajo. También exige valor para no tener miradas impuras, acciones abusivas y complicidades perversas.

Para terminar, consideremos que, por cinco domingos seguidos, la segunda lectura litúrgica será de la Carta de Santiago: les dejo como agradable “deber de casa” leerla completamente.

Paz y bien

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