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Quienes tuvimos el privilegio de formar parte de la segunda expedición anual de la campaña ambiental Colosos de la Tierra, quedamos sorprendidos por la adhesión de los yegreños al breve pero emotivo acto que tuvo lugar. Durante el mismo, el hermoso ejemplar fue reconocido en la categoría de “Árbol de mi Comunidad”, en la que compiten todos los árboles, sin importar tamaño o especie, con la condición que tengan una historia y valor sentimental para un determinado lugar.
Lindas jovencitas lucían trajes típicos que representaban el origen de aquellos valientes inmigrantes que llegaron hasta allí para establecerse. Y la impronta que le otorgaron a Yegros se puede apreciar por la fisonomía y apellidos de muchos de sus habitantes, como así también por la particular disposición de sus calles y edificios principales. Tras un breve recorrido, queda claro que la impresión de limpieza, orden y planificación no son casuales.
A estos aspectos se refiere la Intendente, asuncena de nacimiento, pero profundamente arraigada en Yegros, cuando habla de la educación de alta calidad y el incentivo al estudio de música, baile y otras manifestaciones artísticas que ponen a disposición de los jóvenes. “Quien honra su pasado y su origen, cultiva para el futuro”, sentencia la señora, orgullosa de trabajar para una ciudad que se precia del nivel académico de sus estudiantes.
Justamente un grupo de estos jóvenes se hizo presente para interpretar lindos bailes populares, uno de ellos acompañados de la inmortal composición “Isla Sakã”, de Santiago Cortesi. Así, se entrelazaban allí el amor por la naturaleza, la tierra y las tradiciones de los fundadores inmigrantes. El árbol de aguaí como aglutinante de sentimientos y actitudes como la capacidad de resistencia, fe y unidad, fue testigo una vez más de un hecho histórico ocurrido en torno suyo.
En tiempos en que usos y tradiciones parecerían correr peligro de perderse, el aguai de Yegros nos recuerda a todos la conexión con nuestra historia y raíces. Con él y a través de otros símbolos similares, deben resonar profundamente en nuestra memoria colectiva el imperativo como sociedad de trasmitir nuestros valores y no perder la identidad cultural. El amor por los orígenes trasmitido de generación en generación se hace palpable aquí.
Del mismo modo, escuchando los sones del bandoneón de don Peter, yegreño de pura cepa, en donde se suceden polcas paraguayas con músicas típicas alemanas, estamos ante un ejemplo de que la coexistencia de culturas no solamente es posible, sino además sumamente enriquecedora. Estos hijos y nietos de inmigrantes supieron mantener, a través de costumbres, tradiciones y relatos, viva la memoria de sus tierras natales. También supieron abrazar la cultura local y adaptarse a nuevas realidades.
De alguna forma, a todos nos embarga la sensación de que lo que vivimos en esa jornada representa en gran medida el objetivo de la campaña Colosos de la Tierra. El sueño de don Humberto Rubín que se volvió una realidad y desde hace varios años lleva adelante la labor de publicitar y crear conciencia sobre los árboles nativos que aún siguen en pie, las personas que ayudan a preservarlos y el valor intrínseco que tienen para las localidades o escuelas donde están hundidas sus raíces.
La campaña también saca a la luz, los riesgos que representan la agricultura extensiva, la tala indiscriminada, inclusive dentro de reservas naturales y el avance de los cultivos de marihuana dentro de estas últimas. Una vez más, es la iniciativa privada la que realiza una labor en la que las autoridades deberían estar mucho más comprometidas.
Dejamos atrás Yegros con una sensación vívida de alegría y optimismo, después de observar el genuino entusiasmo de esta gente. Y mientras degustamos unos excelentes licores artesanales de canela y grosella, recordamos a toda esta gente que hoy se reunió, una vez más, en torno a su símbolo. Hoy, todos salimos fortalecidos con esta lección de amor y respeto por el terruño.