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Cuando los procedimientos fueron divulgados, varias personas relataron graves omisiones por parte de los responsables de la institución ante los casos de bullying, pese a que una ley los obliga a intervenir para cesar los hostigamientos y salvaguardar a las víctimas.
En reiteradas ocasiones, no solo en esta, sino en varias otras, los directivos y docentes hacen literalmente de todo con tal de que los incidentes escolares no se ventilen. Casi siempre esconden la situación para evitar así el escándalo o “desprestigio”.
Es increíble ver cómo los docentes se muestran indolentes ante el sufrimiento de un menor de edad, que prefieren ocuparse de salvaguardar el “buen nombre” de la institución en detrimento de la integridad y la vida de sus alumnos.
Ya estamos viendo que este no es el camino por las consecuencias tan nefastas que trae el hecho de esconder bajo el tapete la serie de crisis que se desata en las instituciones educativas. Si lo que se busca es preservar el buen desarrollo y sobre todo la vida de las nuevas generaciones, esto debe cambiar.
Los incidentes escolares deben ser una alarma para ser tratados con la seriedad y la delicadeza que se merecen. Los padres deben debatir y confrontar estas realidades por el bien de sus hijos. La preocupación y la ocupación deben ser compartidas, tanto por los padres de las víctimas como los niños agresores. Esos niños agresores también son víctimas, no nacieron con esos problemas de comportamiento sino que fueron adquiriéndolos y aprendiendo de los entornos que van interactuando, empezando por la familia.
En este mes del niño en que se recuerda la brutal masacre de cientos de infantes paraguayos debemos reflexionar cómo estamos masacrando la integridad física y emocional de las nuevas generaciones. El bullying es una realidad grave que necesita atención por parte de todos los sectores de la sociedad y pone a los docentes en una posición relevante para su combate.
Los educadores deben preocuparse menos por el prestigio de la institución y poner en primer lugar el bienestar y la vida de los alumnos. Esa indolencia puede costar muy caro y son ellos los que cargan con la culpa, en gran medida.