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El fanatismo y la oquedad, sumados al desconocimiento o la ignorancia, no son buenos consejeros. Bajo su sombra, a lo largo de la historia se han cometido matanzas, atropellos y todo tipo de injusticias. Alarmado por la reacción de grupos religiosos, el Comité Olímpico Internacional intentó zanjar el entredicho dando las explicaciones y ofreciendo las disculpas si es que la puesta generó la ofensa de algún grupo religioso.
La confusión entre dos obras maestras de la pintura, “El Festín de los Dioses” de Giovanni Bellini y “La Última Cena” de Leonardo da Vinci, sirve como un poderoso recordatorio de cómo la falta de entendimiento puede transformar la apreciación artística en un campo de batalla de desinformación y prejuicio.
Pero los fanáticos no entienden la subjetividad del arte primero, y luego de obras de arte específicas. La reacción desmedida ante una supuesta ofensa nos muestra cómo se alimentan los prejuicios. Ejemplos hay muchos, como el de Galileo Galilei, o la caza de brujas, etc.
Puede que el error de la organización haya sido no ofrecer pistas a los espectadores que siguieron la ceremonia inaugural. Eso hubiera zanjado las confusiones en la emisión del mensaje. La falta de conocimiento sobre la historia del arte y la incapacidad para reconocer la diferencia entre dos obras han creado un ambiente en el que los fanáticos que se sienten atacados o ultrajados sin motivo buscan arremeter como sea contra un evento que nada tiene que ver con cuestiones religiosas.
En un mundo tan convulsionado, donde la polarización está a la orden del día, solo el arte y el deporte nos traen un bálsamo que une a religiones, tendencias políticas y religiosas al menos por algunas semanas. Ese debería ser el espíritu de esta fiesta mundial y no el buscar controversias sin sentido que solo promueven el odio, el racismo y el enfrentamiento entre los seres humanos.