Nuestro proverbial individualismo

Se manifiesta de distintas formas y puede sorprendernos a la vuelta de cualquier esquina. Nos molesta en los demás cuando nos afecta, pero lo justificamos de mil modos cuando somos nosotros los responsables. Puede tener consecuencias gravísimas, como también no pasar de un fastidio para un transeúnte, y está tan generalizado y hasta arraigado en la idiosincrasia paraguaya que es pasado por alto la mayor de las veces.

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Desde una vereda sucia y rota de la que debe apearse un anciano a pie para caminar por la calle, pasando por una frenada brusca a causa de un automovilista que hizo una maniobra indebida o cruzó en rojo. O bien el baño de un lugar público que no se puede utilizar por lo sucio que se encontró y el banco roto de la plaza que ya no es de provecho para nadie: Somos expertos en desestimar los derechos de los demás.

En el campo del manejo de la cosa pública, tiene mucho que ver la impunidad. No se explica de otra forma la malversación de los bienes que son de todos en favor de pocos, y que los responsables sigan tan campantes. Pero sí se explica la inacción de los afectados, que prefieren la comodidad que implica el “no meterse en problemas”, a este punto nos ha llevado este pérfido sistema, con una justicia que perdió credibilidad.

El individualismo está presente en la forma de ser y obrar de las personas en forma mucho más evidente en algunas sociedades que en otras. En la cultura asiática es casi inconcebible. Imagínese nada más a 1500 y pico millones de chinos pensando y actuando en forma independiente entre ellos, ¡sería un caos! Allí, el imperio de lo general sobre lo particular es una norma que rige todos los actos humanos. Esto, por lo menos en lo que hace al actuar dentro de la sociedad.

Rápido y mal, parecería más sencillo ser individualista en una sociedad como la nuestra, en la que la demografía asociada a otros factores nos permite libertades no posibles en otros lugares. Pero no es así. Somos tan libres como lo son las personas que nos rodean, y poseemos derechos en la medida que los ejercemos en conjunto.

Este tipo de actitud tiene, por lo menos en su concepción filosófica, algunos rasgos positivos. Así, los derechos individuales concebidos como autónomos y -en ciertos casos- hasta con supremacía en relación a los sociales y estatales, aseguran la condición única de cada persona. Nuevamente, conceptos como la libertad, igualdad y legalidad aparecen aquí como presupuestos ideales por los que hay que luchar.

Ahora bien, las sociedades donde más se respetan los derechos de las personas son ¡oh casualidad! aquellas en que también se respetan los derechos de terceros. Sencillamente, los unos no pueden existir sin los otros, en una coexistencia armónica perfecta. Como decía un conocido “uno está más solo en una plaza en Amsterdam, entre cientos de personas, que en una calle de Asunción entre 10”. Esto es así porque nadie invade, nadie molesta con su música, nadie agrede con actitudes.

Es a ese tipo de libertad, responsable y respetuosa, a la que no podemos aspirar siquiera en las condiciones actuales. Y no porque no nos guste o no nos atraiga. Al contrario, apenas conocemos esta forma de vivir y ya nos cautiva. Pero, a lo interno del país, sencillamente parecería que todo el sistema conspirarse para postergarla y no permitir que podamos acceder a ella. Sea porque supone un riesgo para una cultura muy arraigada y convencida de sus usos, sea para perpetuar a una clase política que, a estas alturas, ya ha perdido toda estatura moral y se sostiene solamente a través del prebendarismo.

Somos individualistas, pero de una forma torpe y ordinaria. Incapaces de alentar al que destaca por sus atributos reales, pero ensalzando al líder coyuntural por unas migajas que nos caen de su mesa. Somos extremadamente egoístas, con un miedo enorme a enfrentar los desafíos que representan aceptar que los cambios pueden significar sacrificios, pero las cosas no pueden continuar del modo que están en nuestro país.

Este individualismo no supone fortaleza ni superioridad ante lo foráneo. Del mismo modo que en una colmena miles de abejas trabajan por las demás y consiguen de esta forma el bienestar de todas, debemos empezar a pensar más en quienes están a nuestro alrededor para crecer en lo individual. Una tarea nada fácil, considerando que desde hace décadas las voluntades se digitan y cuando no, se compran para luego hacerlas a un lado.

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