Cargando...
Para el crecimiento del Reino que Cristo vino a anunciar e inaugurar es necesaria la colaboración del ser humano, aunque la porción esencial es Dios mismo quien la hace.
Jesús se entregó totalmente a la misión recibida del Padre, no reservó nada para sí y no tuvo miedo de arriesgar su comodidad, su seguridad y hasta la propia vida. Y es justamente por esta intrépida acción que aparece el nuevo cielo y la nueva tierra.
Los criterios que Él usa para elegir escapan de nuestra investigación, pues reposan en Su sabiduría y omnipotencia. Sea como fuera, este refrán aclara algunas cosas: “El Señor no elige a los capacitados, sino que capacita a los elegidos”.
Además de llamar, y enviar a sus elegidos, Él también les dio un poder sobrehumano, que es la facultad de vencer a los “espíritus impuros”, que martirizan a las personas.
¿Cuál fue la reacción de los llamados? Dice el texto bíblico: “Ellos fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y sanaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo”.
Ellos supieron vencer las “tétricas disculpas” que solemos usar para huir del compromiso: no tengo tiempo... ando mal de las tiroides... y de la rodilla... en este momento me atrapan compromisos familiares..., no hay plata... y, finalmente, no puedo asumir ninguna tarea, porque a mí me gusta hacer las cosas bien hechas, y si no voy a hacerlas bien hechas, prefiero no asumir nada...
Esta falta de generosidad de los llamados estimula y facilita a los espíritus impuros para actuar con más cinismo y prepotencia.
Y hoy, en el siglo XXI, nos toca a nosotros oír el llamado del Señor y responder con desprendimiento, dejando de lado las mezquindades que suelen retenernos, porque es nuestra obligación dejar este mundo un poquito mejor de lo que hemos recibido de nuestros padres.
Por eso nos exhorta el documento de Aparecida: “Recobremos el fervor espiritual, conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea esta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas” (DA 552).
Jesús sigue llamando, preparando y enviando, porque Él quiere que tengamos vida en abundancia, que los bienes de la tierra, de la sociedad sean más compartidos, y que disfrutemos de armonía interior.
Ojalá no usemos nunca alguna de las “tétricas disculpas” para omitirnos.
Paz y bien