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Qué difícil es ver esas figuras humanas encorvadas y llenas de hollín dando pasos en falso por las calles de nuestra capital. Algunas recorren arrastrando bolsas de latas y plásticos con la esperanza de lograr unas monedas para su sustento, o para el vicio.
Muchas líneas se han escrito sobre esta problemática en la que se tiran cifras y posibles soluciones que quedan en documentos que podrían empapelar la ciudad, pero tal vez terminan como papel reciclado que ellos mismos juntan y se convierten en los despojos de un cartón que apenas los abriga. La realidad nos demuestra que la efectividad de los proyectos y programas es casi nula.
Decenas de seres humanos se suman día a día a los que siguen en situación de calle, en la mayoría de los casos se volvieron dependientes a las drogas, otros han recurrido a la delincuencia, pero contados son los que pudieron salir de ese infierno y tienen la lucidez de contarlo tal cual es.
¿Qué pasará por la cabeza de esas personas que sienten todo el día el desprecio de una mirada? En cuanto a historias de rechazo y odio me imagino que deben afrontar más de las que pueden registrar o almacenar, e incluso ya deciden ignorarlas.
Debe ser difícil para una persona afrontar que tiene pocas posibilidades de escuchar una palabra de aliento, de sentir el aprecio de verdaderos amigos y menos aún de una comida digna en una mesa limpia.
Tal vez eligieron eso, o se vieron forzados a dejar sus hogares ante los estragos de la dependencia, pero siguen siendo vidas humanas que nosotros preferimos ignorar, o desentendernos porque “nadie hace nada”, incluso nosotros, los que criticamos.
A veces el valor real que le damos a una vida es tan relativo que nos conmueven más las historias de los animales callejeros que las de los propios seres humanos que pasan a nuestro lado con olor a orín y la mirada perdida masticando su bronca.