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Los días 14 y 15 de mayo son, o deberían ser, no solo de recordación de nuestra independencia nacional, también, y sobre todo, de compromiso con el país. Está claro que este compromiso no se reduce a lucir escarapela en el pecho ni izar la bandera tricolor en los hogares. Pero son al menos un signo de invocación.
Según leo en un diccionario político, patria es “país natal, tierra en que se ha nacido. Conjunto de cosas materiales e inmateriales (habitantes, tierra, tradiciones, costumbres e instituciones) con las que se relacionan emociones y sentimientos resultantes de la conciencia de nuestra nacionalidad”. Y patriota “persona que ama a la patria, que quiere lo mejor para ella y está dispuesta a sacrificarse y a servirla”.
Las emociones y sentimientos que emanan de la patria, han venido debilitándose desde hace muchos años. Entre las razones estaría que en las escuelas los niños ya no entonan el Himno Nacional, un hecho simbólico que nos conecta con la idea de patria. Sucede que ha habido -y sigue habiendo- una fuerte reacción contra las manifestaciones que recuerden los días patrios. Se las confunde o se las asocia con el fascismo, una ideología antidemocrática, antipatriótica.
Izar la bandera, usar escarapela, cantar el himno, desfilar, etc. son signos exteriores que pierden sentido cuando son meras exhibiciones. Es como el luto si no hay dolor. Pero tales signos son válidos toda vez que expresen un compromiso con la patria.
En la antigua Grecia los niños juraban cada mañana no morir antes de dejar a la patria más grande de la que la habían encontrado al nacer. Este juramento, si nuestros niños lo hiciesen hoy, será la promesa de que tendremos un país cada vez mejor. Mejor no significa, obviamente, el crecimiento material ni que la mejora alcance solo a algunas personas.
Aquí hay un punto clave. Acabamos de leer que “patriota es la persona que ama a la patria y está dispuesta a sacrificarse y a servirla”. No servirse de ella como nos consta que lo hacen, desde siempre, las mismas autoridades nacionales.
Sostener la idea de amar a la patria ante tanta corrupción es una tarea imposible. El descreimiento hacia los valores nacionales crece de una manera peligrosa. Nos debilita como país. Asistir cada día ante hechos que nos avergüenzan necesariamente influyen en nuestro ánimo hacia la patria porque, justamente, los delincuentes se llenan la boca de una palabra que debería de serles sagrada.
Senadores, diputados, fiscales, jueces, ministros, gobernadores, intendentes, etc. estarán muy ocupados estos días en asistir a los actos que recuerden la gesta del 14 y 15 de mayo de 1811. Hasta entonaran el Himno Nacional con postura marcial. A muchos de ellos nada les impedirá que desde el día 16 sigan demostrando su amor a la patria sirviéndose de ella. En cuanto al presidente de la República, Santiago Peña, apenas terminen los actos memorativos del martes se ausentará del país. Su frecuente y costoso viaje nos dice que su presencia en el Paraguay no es necesaria. ¿No tiene agendas que le impidan salir? ¿No hay problemas que debe atender? ¿Ausentarse nuevamente, llevándose un montón de dinero, es su original manera de festejar los días patrios?
Estos acontecimientos, y muchos más, son los que hacen descreer de los discursos que intentan inspirar patriotismo en la ciudadanía. Frente a la hipocresía que desgasta el ánimo hacia el país, uno se pregunta: Patria querida ¿somos tu esperanza?