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La Inteligencia Artificial (IA) ha pasado por un proceso evolutivo significativo, moldeando progresivamente las operaciones cotidianas con una eficiencia asombrosa. No obstante, la continua evolución de la IA no está exenta de desafíos éticos. Un sencillo ejemplo son las manipulaciones en el ámbito fotográfico. Una cosa es el arte digital, muy creativo, y otra muy distinta es la distorsión de la realidad, un debate tanto para las rondas de tereré como en disputas a nivel de profesionales del derecho.
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La introducción de sistemas cada vez más avanzados ha llevado a la disminución de las fronteras entre lo auténtico y lo artificial, generando cuestionamientos sobre lo que percibimos como real. Se va tejiendo una realidad paralela que redefine la interacción humana, moldeando el lenguaje y la forma en que nos proyectamos como sociedad.
Hay que reconocer que la IA tiene lados positivos; de hecho, permite que se automaticen tareas monótonas y repetitivas, liberando así a los seres humanos para que se concentren en actividades más creativas e intelectuales. También minimiza el riesgo de fallos que suelen ocurrir en procesos manuales, como la introducción incorrecta de datos. Con la IA también se pueden procesar y analizar grandes conjuntos de datos rápidamente, apoyando a los profesionales en la toma de decisiones estratégicas bien informadas.
Sin embargo, supone también desafíos. La efectividad de la IA depende de su capacidad para acceder a datos actualizados y confiables y de eso se encargan los humanos, no las máquinas. La falta de expertos cualificados en IA obstaculiza su avance, subrayando la necesidad de una formación especializada en este campo.
Pero como efecto dominó, también se requieren de expertos que aborden el tema desde diferentes disciplinas, específicamente en el campo del derecho y las legislaciones que siempre van cuatro pasos por detrás del avance de la tecnología. La IA no solo desafía la comprensión ante lo nuevo, también desafía la capacidad de adaptarnos a una nueva realidad y por sobre todo a buscar formas de protegernos ante el uso no ético o mal intencionado de la herramienta.