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Los exiliados regresaron para incorporarse a la vida nacional. A este período se le llamó “primavera democrática” que tuvo la duración de un suspiro. Morínigo se hallaba muy incómodo porque en las masivas manifestaciones callejeras lo mencionaban con duras críticas y nada podía hacer más que aguantarlas. La ansiada ocasión de vengarse le llegó cuando se desbarató la “coalición”. El sábado 11 de enero –día de su cumpleaños- reunió en Mburuvicha Roga a los altos mandos militares para pedirles su opinión acerca de lo que debía hacerse sin colorados ni febreristas. El parecer mayoritario fue que se instale un gobierno militar cuya tarea principal sería la convocatoria a una nueva Constitución Nacional, tan esperada por el pueblo.
Se brindó con champaña por el acuerdo y el cumpleaños. Quedaron en que el lunes 13 regresarían los militares para inaugurar el nuevo gobierno. Volvieron y, en efecto, se encontraron con un nuevo gobierno: el de los colorados. Morínigo era conocido por su capacidad asombrosa para contar chistes. Le servían para aliviar tensiones y salir de apuros. Pero su chiste del 13 de enero le salió muy caro al país: Ocasionó la devastadora revolución conocida como la del 47 que tuvo su epílogo cinco meses después con una masacre inverosímil en Villeta. En rigor, no fue el final, más bien el comienzo de otra contienda por un camino distinto: la persecución despiadada a los vencidos. La revolución del 47, que estalló el 8 de marzo en Concepción, se dio apenas 12 años después de terminada la guerra con Bolivia. O sea, cuando el país estaba saliendo de su enorme pérdida humana y económica. También cuando los excombatientes retomaron su vida cotidiana amparados por la paz. Pero muchos de esos excombatientes, que enfrentaron victoriosos la tenacidad boliviana, conocieron en la revolución un sufrimiento mayor en manos de sus compatriotas. Después de la Guerra del Chaco volvieron a sus hogares pero los perdedores salieron obligados del país. Nunca más regresó gran parte de ellos.
El dictador Higinio Morínigo, sin posibilidades de reaccionar, y para continuar en el Palacio de Gobierno, cedió a las exigencias de un grupo de militares -conocidos luego como “institucionalistas”- de cambiar el rumbo autoritario del gobierno. Duró seis meses.
El doctor Luis María Argaña había afirmado que el Partido Colorado tendrá otro 13 de enero. Fue cuando el Partido había caído en manos de los “militantes”, seguidores fanáticos del dictador. Estos decían que para ser buen colorado primero hay que ser buen stronista. Ocuparon todos los espacios de poder. Tampoco había sitio para el respeto a la Constitución y las leyes. El desorden ético y moral convertía a los dirigentes en dueños de las instituciones republicanas. No había un hueco en las entidades del Estado que no fuese ocupado por los “militantes”. No bastaba ser colorado para aspirar a los cargos públicos. Estos colorados marginados se hicieron escuchar por boca del doctor Argaña: habrá otro 13 de enero que reivindique a los colorados. Y esa fecha llegó el 3 de febrero de 1989.
Supongo que muchos colorados estarán con el deseo de que los nuevos “militantes” –encarnados en el cartismo- desocupen la Junta de Gobierno del Partido para el regreso de los colorados honestos.