Cargando...
Aún con estas dos visiones confrontadas, lo que no se puede discutir es que el último mensaje de la iglesia durante la misa central de la fiesta religiosa de Caacupé, estuvo cargado de verdades irrefutables, que adquieren aún mayor peso y sentido crítico al formularse en medio de ese escenario.
Fue primero durante la homilía, y luego en su carta al pueblo paraguayo, que el celebrante Ricardo Valenzuela metió el dedo en la llaga en el que, a nuestro modo de ver, es uno de los temas fundamentales.
“Nos preocupa y genera una impotencia la educación, siempre tan postergada, una educación pública que cada vez más nos condena a la pobreza”, mencionaba el obispo cordillerano, recordando un manifiesto juvenil, y exponiendo el dato doloroso de que en las últimas pruebas del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, conocido como PISA, por sus siglas en inglés, 7 de cada 10 estudiantes paraguayos que saben leer, no tienen la capacidad de comprender lo que están leyendo.
“El nivel educativo no mejora” sentenciaba Valenzuela, quien además se ocupó de pedir que no se sectarice la discusión sobre los cambios que se plantean para la ley de Educación Superior, nivel de formación al que también hizo referencia más adelante en su denominada Carta al Pueblo.
“Si observamos la crítica situación ética y moral por la que atraviesa la nación, ¿dónde podemos ver ejemplos de lo que estamos diciendo?... Lo observamos en las universidades cuestionadas porque venden títulos a miles de personas, falsificando firmas y avalando certificados a quienes nunca hicieron la carrera...
¡Se está dando títulos a analfabetos funcionales que no comprenden lo que leen! ¿En manos de quiénes quedará el futuro de nuestro país? ¿Se imaginan hermanos y hermanas, lo que esto significa? Por ejemplo, en las profesiones de la salud: médicos, enfermeros, químicos y otros expidiendo recetas o realizando intervenciones quirúrgicas, haciendo análisis o radiografías, y lo que puede representar en la salud de las personas los errores y negligencias de sus acciones irresponsables; juristas que desconocen las leyes y ponen en riesgo bienes ajenos o la libertad de las personas” interpeló el obispo, ante el aplauso de los asistentes, entre quienes se encontraban el presidente, el vicepresidente y varios de los ministros.
Pocos días hicieron falta para demostrar cómo esos aplausos no eran más que una muestra de corrección política, de pose.
Solo basta observar la discusión abierta sobre si el ahora senador Hernán Rivas estafó o no primeramente a diputados y luego a sus actuales colegas para conseguir su designación como representante de las cámaras ante el Consejo de la Magistratura y el Jurado de Magistrados, órgano que incluso presidió.
Oficialistas y sus aliados miran para otro lado o intentan descalificar a los cuestionadores, mientras que con cada declaración Rivas sigue cavando el gigantesco pozo de la desconfianza sin ser aún capaz de dar el nombre cuando menos del encargado de fotocopias de alguno de los lugares a los que dice haber ido para estudiar.
Más decepcionante es escuchar que el presidente, un hombre joven y con formación académica, no siente vergüenza del tema, desperdiciando una excelente oportunidad para intentar transmitir algo de esperanza a cientos de miles de personas que aún creen en la educación como el camino para alcanzar sus objetivos de realización personal y de desarrollo para el país.
En la introducción de su último libro titulado ¡Cómo salir del pozo!, el periodista Andrés Oppenheimer nos recuerda la idea de por qué algunos países progresan y otros no, y por qué naciones como Corea del Sur, que hasta hace pocas décadas eran más pobres que la mayoría de los países latinoamericanos, hoy día están entre las de mayores ingresos per cápita del mundo.
Según Oppenheimer esto es producto de que en nuestros países hacen falta acuerdos nacionales para trazar políticas de largo plazo y crear una obsesión nacional y familiar por la educación.
El caso Rivas nos muestra que seguimos circulando de contramano.