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Con frecuencia se lo veía con su muleta en la ruta PY01 y avenida Ucrania, donde prácticamente era parte del paisaje. La noche del jueves pasado, tal vez en forma deliberada, buscando poner fin y alivio a su angustiosa existencia, se acostó en medio de la calzada. Fue sobre la avenida Matiauda, en el barrio San Pedro, otro de los sitios que solía frecuentar.
Una cámara de seguridad capta el momento exacto en que un automóvil lo arrolla. El conductor ni se detiene. Huye y abandona a la víctima. Incurre en omisión de auxilio. Una práctica que se ha vuelto común últimamente. No hace mucho un joven ciclista murió arrollado por un conductor borracho sobre el puente Quiteria, y también una joven motociclista perdió la vida arrollada por un irresponsable que se dio a la fuga, en Hohenau. Ambos conductores sin consecuencias para su inconducta, valga qué juego de palabras.
Volviendo a Marquito, el vehículo que le pasó encima es como el epílogo de una historia cuyo protagonista ya hacía tiempo había dejado de existir. Muerto en vida desde que cayó víctima de los mercaderes de la muerte. Los traficantes de drogas.
Esos personajes siniestros que trafican a gran escala y se vuelven cada vez más poderosos económica y políticamente. Sus no menos siniestros operadores, los miserables pinches que se encargan de distribuir al menudeo las sustancias de la muerte entre los jóvenes del barrio, en cercanías a los colegios, en las fiestas bailables.
Propiciadores de una pandemia silenciosa que va destruyendo vidas jóvenes. Una pandemia silenciada por la indiferencia social, por la cobardía y desidia en los estamentos dirigenciales de la sociedad, por la complicidad de muchos en las instituciones del Estado encargadas de velar por la seguridad ciudadana, desde las comisarías barriales hasta las fuerzas especializadas en reprimir estos ilícitos, quienes hacen la vista gorda.
Se podrá decir que el de Marquito era un caso perdido. Y tal vez sea así. El tema es no llegar a estas instancias. Es justo reconocer que existen esfuerzos desde algunas instituciones por desalentar el inicio del consumo de drogas entre la población juvenil. Pero los traficantes de la muerte juegan con ventajas. Y así nos va.