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Esto se pudo corroborar, una vez más, el miércoles 13 cuando en la Cámara de Diputados la férrea hermandad del cartismo colorado y liberal evitó la intervención a tres intendencias municipales: dos escarlatas y una azulada.
La intendenta municipal de Valenzuela, la liberal Mirtha Fernández, y sus colegas colorados Hilario Adorno, de Puerto Casado, y Tomás Olmedo, de Ñemby, zafaron de una intervención que hubiera permitido investigar desde dentro ciertas desprolijidades, por llamarlas de manera benigna.
Pasa que en nuestra política apu’a la intervención a una comuna amiga suena a claudicación partidaria, y eso es más grave que un acto de corrupción. Frente al descarrío del correligionario, la justicia puede esperar. Lo importante es el correligionario. Hay que blindarlo. “Puede ser ladrón”, pero “la decisión es política y por mayoría”, según el filósofo de la ruleta Yamil Esgaib. ¿Qué más queda por decir?
Esto es resabio de una tradición identitaria de nuestra política: el mbarete. Y deviene de aquella anticultura que afirma que en el poder se manda y nadie debe chillar por ello. Reflejo dictatorial camuflado de democracia. Ni la tan mentada transición ha logrado desmontar esto. Por el contrario, pareciera ser que lo que más se ha democratizado desde 1989 a esta parte es el bandidaje en la función pública.
El tiempo pasa y las malas prácticas se ahondan: los vicios en el manejo del Estado, de colorados y no colorados ¡ojo!, se han “normalizado” y pasaron a constituirse en una especie de modalidad establecida, en condición sistémica.
El presidente Santiago Peña se empeñará en combatir la corrupción, según sostuvo recientemente. El tema es si en su propia carpa partidaria conectan con esa idea, una idea exótica para los correlí y la comparsa “opositora” de los correlí. Es muy probable que en su intento de combate a la podredumbre (o si persiste en ello) el jefe de Estado se quede apenas con un pequeño círculo áulico en su entorno. Aunque algunas últimas designaciones en el Consejo de IPS, por ejemplo, abren inquietantes incertidumbres sobre la firmeza de dicho empeño. Tal Consejo es un organismo que se tornó tenebroso y exige imperiosamente gente decente en su composición.
La corrupción puede anular cualquier intento de enderezar lo torcido en nuestro país. En el tablado político hay quienes deben demasiado. Lo saben y se protegen mutuamente. Temen cualquier posibilidad de que la ciudadanía, alguna vez y en su justa proporción mediante la ley, les cobre absolutamente todo lo que han robado.
Que la corrupción no despeñe a Peña.