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En algunas clases que doy suelo destinar los últimos minutos a una didáctica lúdica, un juego de aprendizaje. Un concurso de nociones generales con preguntas de diversa índole. El juego refleja el nivel de conocimientos de los estudiantes. A medida en que la competencia avanza y quedan quienes más saben, la disputa se vuelve apasionante y hasta se forman hinchadas cuyo bullicio debo aplacar.
Las chicas y los chicos desconocen cosas que los adultos suponemos elementales. En contrapartida, lucen otros saberes que, en mi caso, no esperaba que guardaran. Sorpresas de la vida.
La conclusión que me reporta este recurso en las universidades en las que doy clases, especialmente de periodismo, es que cuando se les despierta la curiosidad, los estudiantes revelan unas vivificantes ansias de saber.
Y tienen la nobleza de confesar con honestidad que no saben lo que no saben. Y admiten eso no con un sentido de victimización, sino como un compromiso de aprender y aprehender eso que no saben, pues en la clase se crea el clima de “no es posible que no sepamos esto”.
El premio a quien gana el concurso es un libro. Y hay otro libro para sortear entre el resto. El sorteo de libros es un rito en mis clases y ¡pobre de mí! si no lo hago. Ergo: con una mínima motivación, estos estudiantes entienden el valor del libro en sus dos aspectos sustantivos: como motivo de placer estético y como surtidor de conocimientos.
E imagino lo que sería cuando merced a la Ley de Fomento de la Lectura y el Libro se establezca el Plan Nacional de Lectura, y el Estado se encargue de dotar de bibliotecas activas a todas las instituciones públicas de enseñanza del país, y se utilice el libro como sustento del aprendizaje (una vuelta a la fuente natural del saber), y se incentive la publicación a precios populares de libros en nuestros idiomas oficiales y otros idiomas autóctonos, y se editen obras en formatos para personas con discapacidades, y se promuevan a escala nacional concursos de creación literaria, de ensayos históricos, de rescate de la memoria de nuestros héroes civiles a través de la elaboración de biografías y semblanzas.
Esto significará instalar bases sólidas para aspirar a ser un país culto, para que nos ganemos el respeto de todos y nos insertemos con personalidad en un mundo en el que la riqueza de un país, más que por los recursos materiales, está marcada por la potencia mental de sus ciudadanos. Por su creatividad e inteligencia desarrollada.
Bienvenida la Ley. Bienvenido el abrazo del Paraguay con el libro.