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Se instaló con 50 convencionales el 15 de agosto de 1870. La asamblea se extendió hasta el 18 de noviembre del mismo año y entró en vigencia el 25 de noviembre, fecha fijada para la asunción de los gobiernos. El primero de ellos fue Cirilo A. Rivarola, que duró apenas un año. El último fue Emiliano González Navero (22 de marzo - 15 de agosto de 1912).
Eduardo Schaerer no solo le tocó inaugurar la nueva fecha de asunción sino fue el primero en la era constitucional en terminar su período de cuatro años (15 de agosto de 1912 – 15 de agosto de 1916). Pero su gobierno no se libró del intento de que se lo tumbe. Quedó en un susto. Tuvo mejor suerte que sus antecesores no lo tuvieron desde 1870. Interminables enredos políticos daban por tierra cualquier propósito de levantar el país en paz, situación ésta que viene desde los tiempos coloniales.
Desde hace 486 años seguimos con el sueño de encontrar el Mba’e Vera Guasu de los guaraníes y la Sierra de la Plata de los conquistadores. En esta búsqueda -para que la historia se repita- padecemos desencuentros, enojos y desengaños. Asunción nació bajo el signo del espejismo. Sus fundadores levantaron una Casa Fuerte para que sirviera de “amparo y reparo de la conquista” en la creencia obstinada de que sería el punto de partida para escalar las montañas de oro y de plata.
La fundación de la que sería la capital del Paraguay ha sido un accidente. Buenos Aires fue la elegida por don Pedro de Mendoza para el proyecto de afianzar los dominios españoles. Pero no había qué comer y los nativos no eran amigables. Con los carios encontraron amistad y alimentos. Un jesuita anónimo, citado por Julio César Chaves, escribió: “La fundación de esta ciudad (Asunción) fue más por vía de cuñadazgo, que de conquista (…) los españoles abundado en comida de la tierra, y con tantas mancebas no aspiraron a más contentándose con un poco de lienzo de algodón teñido de negro para su vestido...”
Los asuncenos padecieron los enfrentamientos sin fin entre facciones rivales. Uno de los más serios fue la “herencia” de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca que dividió la Provincia entre “leales” -que eran sus partidarios- y “Comuneros”, que respondían a Domingo Martínez de Irala. Estos se alzarían después contra los Jesuitas en feroces batallas que resonaron por todo el mundo.
Los conquistadores llevaban ya 10 años en estas tierras y todavía se aferraban a la esperanza de adueñarse de la Sierra de la Plata. Todos los intentos fracasaron al no dar con la montaña de oro de sus delirios. Martínez de Irala se puso al frente de un numeroso grupo de indígenas y españoles dispuestos a conquistar la esquiva fortuna, por la que se iban en suspiros y afanes. Y llegó hasta donde nadie había llegado antes. Al fin, después de un largo, agotador, descomunal viaje, Martínez de Irala y sus hombres pisaron las estribaciones andinas. Pero sólo fue para comprobar que el Potosí -El Dorado de los sueños y los quebrantos- ya había sido descubierto y tenía dueños. El regreso fue doblemente penoso. La desilusión explotó enseguida y camino a casa destituyeron a Martínez de Irala del cargo de Gobernador.
Con los viajeros llegó la mala nueva a Asunción, ocupada en despilfarrar su energía en una revuelta, como tantas veces habría de repetirse en su historia. Se le repuso a Martínez de Irala pero los asuncenos no se repusieron de la desdicha de saber que nunca tendrían oro ni plata. La noticia llegó a la metrópolis y el rey decidió olvidarse de su pobre y lejana Provincia. La abandonó a su suerte. No merecía ni un minuto de su tiempo preocuparse por unas tierras donde lo único que brillaba era el sol agobiante.
Con el nuevo gobierno que se instalará el martes los paraguayos tenemos derecho a soñar con días mejores para el país. ¿Será otra Sierra de la Plata?