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La reflexión viene a cuento del episodio protagonizado por el parlamentario en el pleno, la semana que pasó. En un video viralizado en redes sociales se ve al parlamentario Walter Hams tomar de la cabeza a una diputada y luego estirarle de las manos.
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En la escena, aparentemente su colega intenta zafarse, generando todo tipo de comentarios. Entre estos, el de la senadora Celeste Amarilla quien sostuvo que Harms tiene, supuestamente, esta costumbre incluso con las funcionarias del Congreso.
Luego del bochorno, el parlamentario se defendió diciendo que el no es un acosador y que todo se debe a su carácter “jovial”, que la diputada “toqueteada” es su amiga y en ese momento ella le estaba dando su apoyo moral en el difícil momento familiar que viven los Harms.
El diputado minimizó el hecho “arreglándolo” todo él, inclusive hablando en nombre de la diputada toqueteada diciendo que ella lo tomó como una broma.
Conviene recordarle al parlamentario, a sus colegas, a su familia y también a la sociedad que el toqueteo en un lugar público como un Parlamento entre “autoridades” no debe ser considerado como “una broma”. Es algo serio; ese es el lugar en el que se crean las leyes que protegen los derechos de los ciudadanos y ciudadanas a quienes se les debe garantizar una sociedad libre de presiones, acosos y violencia.
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Tocar a otra persona sin su consentimiento en un lugar público es un acto inapropiado. Eso no es negociable. Por otro lado, hacerlo tiene diferentes significados según el contexto. Puede ser acoso sexual (falta de respeto hacia los límites y la autonomía de esa persona que tiene el derecho de decidir quién puede tocar su cuerpo y en qué circunstancias) y constituye una violación de los límites personales..
Tomarse esto a la ligera algo grave y es, en el “idiotario congresístico”, agregar una presea más a la llamada “Cámara de la Vergüenza” que tiene entre sus miembros a los “honorables miembros del toqueteo”. Infamia.