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En contexto: Durante las elecciones pasadas elegimos por voto directo a 45 Senadores titulares y 30 suplentes, al mismo tiempo que a 80 diputados con la misma cantidad de suplencias. Los pusimos en sus escaños por voto directo después de los procesos internos partidarios a partir de los cuales se conformaron por un lado la lista definitiva del partido en el gobierno, por otro la malograda Concertación y por último algunas listas o candidatos solitarios que se jugaron postulando por listas más pequeñas o directamente cortándose solos.
Tanto las internas como las listas finales definitivas tenían por objeto poner a consideración del elector una oferta política de valor válida, a partir de la que resultarían elegidos finalmente los que contaran con mayor preferencia, traducida a votos en las urnas electrónicas. Y este proceso lógico candidato de mi gusto=mi voto=ocupa el cargo para el cual es votado, idea que nos vendieron y que cacarearon durante meses al hablar de sus programas, cae por tierra finalmente de golpe y plumazo. Así de sencillo.
Ante qué estamos, nos preguntamos los electores: ¿Incapacidad de elegir entre tantos otros candidatos a ocupar estos Ministerios? ¿Cupos políticos sobre los que el que debe decidir en realidad no tiene decisión? ¿Jugadas maestras de estos viejos y peludos repartidores de cartas como lo son aquéllos que manejan los partidos a su gusto y paladar? Quizás estas dudas estén respondidas en parte en cada una de estas preguntas, o se contesten con todas directamente, lo cierto y concreto es que a través de este sistema deberemos tragarnos –sin ninguna posibilidad de añadir aceite, sal ni limón- a varios Pato Donald que se adueñarán de curules por el solo hecho del peso del partido y la forma grosera en que se mueven las piezas del tablero político.
Permitámonos hacer una suerte de paralelismo: En el juego de ajedrez dos contendientes compiten contra la habilidad, pericia y experiencia del otro. A pesar de existir miles de posibilidades de movidas, todas se delimitan dentro de un tablero de 64 cuadros divididos en dos colores, y las piezas pueden moverse solo de una forma pre-establecida y aceptada por los jugadores. Un solo movimiento escapa a esta regla: El enroque del Rey, que puede realizarse de dos formas y solamente una vez por jugador durante el cotejo. Reglas claras para este juego llamado “ciencia”, que se practica desde hace siglos y en el que jamás se dudó del resultado de una partida, quedando las inconclusas en “tablas”, el equivalente al triste y desabrido empate, que finalmente tampoco ofende a nadie.
Por otro lado, el tablero que tiene por delante nuestro Presidente electo es bastante más complejo, porque a pesar de que todas las reglas están escritas y su acatamiento aceptado y firmado por los jugadores, a lo largo de décadas estos mismos contendientes al igual que sus antecesores se han asegurado de complicar el normal desarrollo del juego por razones que van desde la mezquindad, ignorancia supina, orgullo desmedido y ambición de poder a las que se suma la incapacidad o falta de voluntad de los encargados de hacer cumplir las reglas de juego, posiblemente por las mismas razones. Y hasta no faltó quien, ante una derrota inminente, no dudó en hacer volar por el aire el tablero con todas las fichas, lo que tuvo como consecuencia que más de una –literalmente- terminara decapitada.
Le deseamos al Presidente electo la mesura de Zenón Franco, mejor ajedrecista paraguayo de la historia y Gran Maestro Internacional, como así también su capacidad estratégica y visión a corto, mediano y largo plazos, para que se hagan realidad en el tablero de nuestro país, al igual que las medallas de oro conseguidas por este orgullo nacional, la promesa de “Vamos a estar Mejor”, en la que todos queremos creer.