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Para agrandar esa reverencia al Señor, la Iglesia instituyó las “Horas de Adoración al Santísimo”, las visitas al Santísimo y la procesión del Corpus Christi. Todo eso se fundamenta en nuestra firme convicción sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía, pues Él ha prometido estar con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos.
Es más, Jesucristo afirma “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
El desafío del pan es un problema para la humanidad; y un estadista declaraba: “Es imposible tener paz, cuando en el mundo setenta y cinco por ciento de las personas están enfermas por falta de comida, y veinticinco por ciento está enferma por exceso de comida”.
El pan de la tierra se vuelve un problema serio cuando no nos relacionamos honestamente con el pan vivo bajado del cielo. De un lado, estará el egoísmo, que no permite compartir con los otros, y de otro lado, la gula, que no conoce límites.
Debemos aprender a unir pan del cielo y compromiso cotidiano.
El primer aspecto es valorar el don que Jesús hace de sí mismo, pues nuestro espíritu necesita inmensamente de este alimento, para que no seamos dominados por el materialismo individualista, que desemboca en depresión, excéntricas pavadas o catastróficas perversidades.
Esto nos compromete a crecer en la vida espiritual, para aumentar la gracia divina y llevarnos a actitudes de justicia y compartir. “Para la vida del mundo”, Jesús nos da su cuerpo y su sangre: es compromiso de todo cristiano sembrar esperanza y concordia en su entorno.
Nuestra participación en la Santa Misa no puede reducirse a una experiencia intimista, que dura cerca de una hora, sino debe llevarnos a fraccionar el pan con todos. El pan, las buenas palabras, los momentos de tolerancia, los ejemplos edificantes, la firmeza de luchar contra los vicios dentro y fuera de la propia casa.
Si nos esforzamos por unir pan del cielo y compromiso en la tierra, el Señor nos promete una recompensa demasiado grande: “vivirá eternamente”. Con ese estilo de vida encontramos la felicidad y conquistamos el objetivo más grande de todo ser humano: ir al cielo.
Paz y bien.