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El coloradismo son varios Partidos donde caben todos los comportamientos. Recibe por igual a buenos ciudadanos y malandrines; a colorados auténticos y tránsfugas; a gente honesta y narcotraficantes; a quienes aman a su Partido y a su patria y a quienes los desprestigian sin misericordia.
El próximo 15 de agosto se consumará otra alternancia: subirá el cartismo y bajará el abdismo, en el supuesto de que el cartismo haya caído alguna vez. La transición ocurre de tal manera que no se daría en partidos políticos distintos. Habría más cortesía, más prudencia, más educación, menos soberbia. El traspaso de poder no tendría que ser a lo bruto. No hay porqué atropellar nada. No es un asalto. Es cierto que en la campaña electoral los dirigentes se dijeron de todo y lo que parecería un enojo sin retorno fue apenas un compás de espera. Apenas saltaron los resultados, los perdedores, los más ardorosos, los que se decían encarnar las virtudes del coloradismo, se echaron a los brazos de los victoriosos. No fue un gesto de cordialidad, de buen perdedor, sino la búsqueda del reacomodo. La llanura es un sitio incómodo, un infierno para quienes no saben vivir sino del dinero del Estado.
Ya se vislumbra que el oficialismo tendrá una fuerte oposición de parte de los mismos colorados. Es la tradición. Habrá peleas homéricas que tendrán descanso ocasional a la vista de intereses comunes. O sea…
Mientras tanto, el doctor Enrique Riera ya se dispone a hacerse cargo de uno de los ministerios más complejos, el del Interior, de cuyo funcionamiento depende la seguridad ciudadana, cada vez más insegura.
El tema de la inseguridad no es solo de competencia policial. Es también político.
Se sabe desde siempre que la angustia de la población, a todas horas, se origina en los adictos a las drogas que son víctimas y victimarios, a la vez, de este horrendo vicio. Cuando el cuerpo les pide, siempre con desesperación, cometen cualquier acto delictivo. No hay un punto de la República que esté libre de esta calamidad. Y aquí salta el tema político: ¿qué les anima a los narcotraficantes a moverse con entera comodidad? ¿qué hace que inunden de drogas el país? Se debe a un hecho muy sencillo: se amparan en las mismas autoridades que deberían de combatirlos, o se vuelven autoridades ellos mismos y consiguen la protección de sus colegas.
Ahora mismo tenemos el caso del diputado cartista y senador electo, Erico Galeano, sobre quien pesa la documentada acusación fiscal de pertenecer a una asociación criminal que incluye la presunta participación en el negocio de las drogas. La justicia le da ocasión de defenderse, pero él prefiere demostrar su culpabilidad con enredadas chicanas. Da la impresión de saber que en una audiencia oral y pública le demostrarán su culpabilidad y será condenado. Si fuese inocente, se presentaría lo antes posible ante sus acusadores para quitarse de encima tan fea mancha. Mientras tanto, quedará la sospecha de que es uno de los responsables de la mucha violencia causada por los drogadictos y la corrupción.
Este caso de Erico va más allá. Él, y otros políticos de su misma naturaleza, están protegidos por el cartismo hasta el punto de dejar en ridículo al mismo presidente electo, también cartista. Peña le había sugerido a Erico que se sometiera a la justicia, como es de rigor, pero recibió una humillante respuesta del acusado.
Uno se pregunta ¿para qué le sirve al cartismo y al Partido Colorado un personaje con los antecedentes de Erico y de otros de su misma índole? ¿Con qué armas va a combatir la violencia el nuevo gobierno si operan en su interior los delincuentes?
El fuero más efectivo para un legislador no es la complicidad de sus colegas sino la honestidad.