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La noticia fue fuerte y afectó a todos. Principalmente las profesoras de varias instituciones, en medio del shock, difundieron numerosos mensajes a través de las redes sociales recordando a los padres que a los hijos se los comienza a educar en la casa.
Hasta ese punto, todo es perfectamente comprensible.
Sin embargo, no se puede comparar el comportamiento de un niño de tres años con ciertas dificultades conductuales con uno que acaba de cometer un asesinato, a los 16 años y que ya tiene edad de ser imputable.
Ubicándonos en el lugar de ese padre o esa madre que tiene a su hijo en el nivel inicial es más que inoportuno hacer una comparación tan burda y dolorosa.
La triste noticia no debe ser excusa para señalar a los padres que ahora es el momento de ponerle límites a un niño travieso, porque en la adolescencia ya no se los puede atajar, y se convierten en potenciales asesinos.
De este suceso quedan varias relfexiones: Las profesoras tienen toda la razón, no podemos depositar nuestra responsabilidad en sus espaldas, esperando que ellas hagan lo que no hacemos en casa.
Pero en contrapartida, durante las horas que nuestros hijos están a su cargo, ellas deben cuidarlos con el amor, la paciencia y el tacto que se espera de su formación pedagógica. Casi como si se tratara de sus propios hijos. Sobre todo si se tratan de los más chiquitos que permanecen en espacios de socialización infantil durante largas horas mientras sus padres trabajan.
Otra lección es que la crianza de los niños no debe convertirse en un motivo de guerra entre padres y docentes. El hecho dejó pasmado al país y ni siquiera el Ministerio de Educación sabe cómo actuar exactamente ante semejante nivel de violencia existente en las escuelas.
No puedo pretender que las maestras –sobre todo si es una guardería– le den una atención personalizada y puntillosa a las criaturas.
Son muchos niños, y mientras más pronto aceptemos que se caen, pelean y lloran en nuestra ausencia, mejor para nuestra salud mental de padres.
No son pocos los padres que experimentan situaciones difíciles cuando dejan a sus hijos a cargo de una maestra o un maestro para ir a trabajar. Los deja en las mejores manos y muchos padres gritan ¡A nuestros hijos no los miren fuerte!