De qué se habla con Cuba

Cuando se publique este artículo seguramente Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, habrá concluido su viaje a Cuba. Se trata de una visita de tres días enfocada, principalmente, en conversaciones sobre lazos políticos y económicos bilaterales.

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Por lo tanto, a la hora en que escribo aún no tengo información acerca de la posibilidad de que Borrell, quien visitara la isla anteriormente cuando fue ministro de Exteriores de España, aproveche su estancia para llamar la atención sobre la sistemática violación de los derechos humanos por parte de la dictadura castrista que hoy preside Miguel Díaz-Canel.

Antes de que emprendiera su periplo, diversas organizaciones de la oposición en Cuba y en el exilio le solicitaron al alto funcionario de la UE que se interesara por la suerte de los presos políticos y no se limitara a hacer de su visita una mera gestión de asuntos con provecho económico. Al fin y al cabo, Borrell ha manifestado su compromiso con la libertad y su desdén por regímenes despóticos.

En el caso de Rusia, por ejemplo, ha sido contundente en su condena a los desmanes de Vladimir Putin y la invasión a Ucrania. En todo momento se ha inclinado, tal y como precisa el presidente ucraniano Volodomir Zelenski, a defender a la “víctima” y no al “agresor”.

Pues bien, una vez que se pisa suelo cubano y se le da la mano a la cúpula del gobierno, de algún modo es entregarse a las fauces del “agresor” que ha hecho del pueblo cubano una “víctima” que reúne a más de once millones de rehenes. Por supuesto, se trata de una cita programada y con una agenda muy estudiada, pero desde que se impuso en Cuba hace más de seis décadas un régimen totalitario, todo enviado (sobre todo los de buena fe) se arriesga a convertirse en otro rehén de los intereses del gobierno cubano.

Lo que persiguen Díaz-Canel, su canciller Bruno Rodríguez y demás apparatchik es aliviar como sea su naufragio económico y sortear los obstáculos que para ellos representa el embargo de Estados Unidos.

Atrás quedaron los tiempos en los que la UE exhibió una política más dura hacia Cuba, exigiendo gestos de apertura antes de limitarse a cultivar una política de acercamiento, creyendo, si se quiere de manera ingenua, que esto facilitaría un diálogo con el régimen de La Habana en lo concerniente a su pésimo récord en materia de derechos humanos. Ahí están los pobres resultados de la política de deshielo en la era de Barack Obama que, más allá de los indudables beneficios que trajeron un mayor acceso al internet y viajes para la diáspora, nada se logró de cara a una transición al cambio. En esta ocasión la UE también apuesta por darle alas al escaso y muy controlado sector privado en Cuba.

No es menos cierto que las posturas de los llamados “halcones”, que exigen más sanciones y la eliminación de envío de remesas, así como de los viajes de cubanos a la isla, tampoco han sido determinantes para que colapse el modelo castrista. Se trata de un gobierno militarizado cuyo único interés es sostenerse en el poder a cualquier precio y someter a la sociedad civil.

Mientras los enviados de democracias se reúnen con funcionarios cubanos, en las cárceles se pudren activistas pacíficos que se manifestaron el histórico 11 de julio de 2021. Asimismo, se producen éxodos por el Estrecho de Florida o avanzan por la selva y cruzan fronteras en Centroamérica los que, previo pago a las mafias de tráfico humano, aspiran a llegar a Estados Unidos por la frontera sur con México. Al otro lado les esperan familiares o el sueño de emprender una nueva vida.

No es la primera vez que llega a Cuba un equipo de la UE acompañado de empresarios, con la voluntad de que un intercambio con el gobierno de la isla sirva de puente en las relaciones con América Latina, sobre todo en un momento en el que gobiernos de peso en la región como los de Brasil y México tienen sintonía con La Habana. Pero no exigir nada a cambio, o casi nada, a un régimen enemigo de las libertades, amigo de la Rusia de Putin, de la Nicaragua del binomio Ortega-Murillo y de la Venezuela de Maduro denota, cuando menos, escasa catadura moral.

Quiero confiar en que el jefe de la diplomacia europea, un demócrata convencido, antes de abandonar la isla se haya hecho eco de las denuncias de organismos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, y haya encontrado ese instante para interesarse por las opiniones de activistas y periodistas independientes que luchan por que se produzca una transición.

Antes del viaje señaló, “Con Cuba hay que hablar, hay que hablar con todo el mundo”. Pero lo primordial es de qué se habla con Cuba. Con los señores que han secuestrado todo un país. Si no, Josep Borrell les habrá hecho un flaco favor a las innumerables víctimas de la dictadura castrista. [©FIRMAS PRESS]

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