Ahora es así

Desde la comodidad de su sillón de mimbre la abuela escuchaba atentamente el diálogo familiar, del que participaban casi todos, algunos con mayor vehemencia y otros arriesgando solamente algún que otro comentario. El tema en cuestión que en ese momento ocupaba a la familia tenía relación con la decisión de un tío –ya muy mayor- de mudarse a una casa de retiro, en la que –según sus propias palabras- “estaría mucho mejor, entre gente como él- a lo que se oponían un par de sus hijos, que preferían tenerlo por temporadas viviendo en sus respectivas casas.

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Como es normal cuando muchos opinan, algunos se manifestaban en contra y otros a favor, uno se preguntaba el porqué de la súbita decisión y otra era de la opinión de que se debía dejar enfriar el asunto “hasta que se le olvide”. No había antecedentes similares en la familia grande, las matriarcas y los patriarcas habían vivido siempre hasta sus últimos días bajo el techo de algún hijo o bien en sus propias casas, asistidos en mayor o menor medida según se estado de salud y capacidad para valerse por sí mismos. Y es así que, en determinado momento, quizás buscando unas palabras sabias que ayudaran a dirimir la cuestión, el hijo mayor se dirigió a la abuela para pedirle su opinión al respecto.

Midiendo bien sus palabras, la abuela tomó aire mientras miraba amorosamente a todos los presentes, cada uno muy cercano a su corazón, para después repetir una vez más una expresión con la que muchas veces conseguía equilibrar y suavizar las disputas, por la sencilla lógica que encerraba: “Ahora es así”.

Tenemos el privilegio de ser testigos presenciales de los enormes cambios que está experimentando nuestra sociedad. Para bien o para mal -esto dependiendo muchas veces del punto de vista de cada persona- se están produciendo profundas alteraciones en el comportamiento, la forma de socializar, la comunicación, las normas de convivencia y la forma en que alternan las personas. El ritmo frenético del avance tecnológico tiene una incidencia enorme en esto, produciendo como primer fenómeno que las generaciones, cuya sucesión o recambio se calculaba antes en 20 años, se dé hoy día en un periodo que abarca quizás menos de la mitad de este tiempo.

En este sentido de cosas, no es necesario que entendamos a cabalidad todo lo que ocurre a nuestro alrededor, pero sí que podamos aceptar que muchas cosas ya no son como eran o como querríamos que fueran, y que todo, sin excepción, está sujeto naturalmente al cambio. El cambio social se conceptúa como alteraciones apreciables o significativas de las estructuras sociales, y las consecuencias y manifestaciones de esas estructuras ligadas a las normas que conocemos.

Vemos así que la composición de las familias ya no es como hace 30 años atrás, muchos jóvenes optan por convivir y el matrimonio “formal” ya no es a priori un objetivo trascendente en sus agendas. Tampoco aplica para ellos la regla de “terminá tus estudios universitarios, casate, comprá una casa y tené varios hijos”. Ahora los jóvenes priorizan su educación, confort y viajar, y es así que muchos de ellos se dan el lujo de conocer lugares o manejar automóviles que antes las personas se permitían recién llegado cierto momento de estabilidad en sus vidas, estabilidad que entendida en términos financieros se daba recién después de los 40.

Muchas personas, entre ellas la abuela, saben interpretar estas reglas que van cambiando. Y es así que empresas familiares contratan asesores externos para ayudarles con el traspaso generacional, a través del cual los padres deben ceder la responsabilidad a los hijos, en la mayoría de los casos en forma exitosa. De esta forma, muchas familias y organizaciones aceptan que las nuevas generaciones piensan de forma distinta, y potencian esas diferencias a su favor.

Por el contrario, cuando las partes no saben/pueden/quieren llegar a puntos de equilibrio realizando mutuas concesiones, vemos tambalear estructuras que antes parecían sólidas, pero que en puridad no le eran. Esto lleva a la ruptura de sociedades comerciales, separaciones familiares y alejamiento de miembros de la familia que ya no encuentran su lugar o no son aceptados y, por regla general, nadie gana en estos casos.

“Ahora es así” sentenció la abuela, y sus palabras encerraban la calmada sabiduría de una persona que vio los cambios que ocasionaron varias guerras, que también observó como el sobrino roquero al que todos criticaban terminaba siendo un cirujano de renombre y que tuvo la razón al decidir vender el poco funcional caserón familiar en contra de lo que varios hijos querían, pero quienes luego tuvieron que darle la razón cuando solamente un par de años después se levantó un gigantesco edificio de departamentos en el terreno de al lado.

Ella defendió siempre el valor de la familia, la lealtad hacia los allegados y el trabajo como medio para ganarse la vida, aconsejó a los jóvenes a estudiar y practicar deportes y pareció dudar por un instante cuando uno de sus nietos le pidió su opinión para hacerse un tatuaje, reaccionando dándole un abrazo mientras le decía “llevá adelante lo que te nazca del corazón, pero no te olvides de consultar antes con tu cerebro”.

Los cambios no nos van a esperar, van a llegar y hacer la diferencia depende única y exclusivamente de la actitud que asumamos, y Paulo Coelho lo explica claramente cuando cita: “Cuando menos lo esperamos, la vida nos presenta un desafío para poner a prueba nuestro valor y nuestra voluntad de cambio. En un momento como este, no tiene sentido fingir que no ha pasado nada o decir que aún no estamos listos. El desafío no espera. El tren de la vida pasa”.

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