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Tampoco la iniciativa privada estuvo ausente, los negocios se adornaron y la oferta de obsequios de todo tipo además de los ya famosos desayunos llevados a la casa y arreglos de flores estuvieron a la orden del día, además de una oferta inmensa de posibilidades para almorzar o cenar que satisficieron los gustos más variados, por añadidura accesibles y con la posibilidad de amoldarse a todos los presupuestos.
¡Muy bien la Municipalidad de Asunción!, nuestra capital se engalanó y el centro histórico ofreció muchos atractivos que permitieron a la gente acudir en masas a rememorar la gesta histórica, recorrer lugares que de pronto tenemos relegados de nuestros paseos habituales y gozar de la oferta gastronómica más que variada, lo que a su vez representó una oxigenación –breve pero siempre importante- para los comercios del microcentro.
Diversos desfiles estudiantiles también colaboraron a reavivar la vena patriótica, fenómeno que siempre hace bien y fortalece, y nos sentimos más que orgullosos al ver a los jóvenes luciendo altivos sus uniformes y marchando en pos de la tricolor. Una lástima sin embargo que muchos no supieran exactamente qué se estaba celebrando, como así también una vergüenza los medios de prensa más preocupados en dejar lo primero en evidencia antes de destacar los detalles relacionados a los desfiles, hecho que en su conjunto deja entrever con meridiana claridad que desde ambas partes hay mucho que aprender y re-aprender aún, y que quizás hasta sea más preocupante el desempeño de los periodistas que el de los estudiantes, teniendo estos últimos la coartada de su juventud.
Los grupúsculos que aún no aceptan el resultado de las últimas elecciones también como que nos dieron un respiro con sus desmanes, y parecería que por un par de días vimos cernirse una tácita tregua sobre el territorio nacional. Breve pero importante, hizo posible que la población se dé un respiro y en este par de días los 7,5 millones de habitantes del Paraguay se carguen de energía.
Los siglos de colonización española, 212 años de vida independiente, un par de déspotas con tiranías más simpáticas las unas (quizás por más antiguas y pinceladas con romanticismo) y definitivamente antipáticas las más recientes, dos guerras internacionales insensatas y una revolución fratricida, inmigraciones importantes en el último siglo, el clima benévolo, casi el total de la población dividida en dos clubes de fútbol y varios factores más nos convirtieron en el pueblo que somos, con las costumbres que tenemos y la forma en que hablamos y actuamos.
Supimos levantarnos de las cenizas en que nos sumieron fuerzas desproporcionales contra las que nos obligaron a medirnos, pero también levantamos el brazo contra el hermano de sangre. Aprendimos de los errores del pasado, pero no asimilamos del todo bien algunas lecciones, nos ofende la humillante injerencia extranjera pero no titubeamos en confirmar en el poder a quienes abiertamente cometen latrocinios contra el patrimonio de la República. Somos lentos para enojarnos, pero tardamos mucho en perdonar. Un pueblo de gigantes que todavía no se anima a abrirse al mundo y aceptar el compromiso de ser independiente en el sentido cabal de la palabra.
Aun siendo auténticos y con particularidades únicas en el mundo, el país con mayor riqueza hídrica y con un bilingüismo admirado por todos, estamos apenas en la construcción de la marca país, teniendo tantos insumos con qué nutrir este elemento, indispensable para colocarnos firmemente en el mapa mundial.
Muchos de estos aspectos, desde lo mejor que tenemos hasta algunos que podrían calificarse de negativos, hacen a nuestra identidad como paraguayos. El gran desafío consiste en construir como país un camino en común y durante ese proceso, solidificar los cimientos con toda nuestra riqueza humana, recursos naturales y particularidades culturales, matizados por nuestro acervo único, y convertir las debilidades en oportunidades y desafíos. Un pasado glorioso bañado en sangre y sacrificio, merece un porvenir brillante para esta nación: ¡Viva el bravo Paraguay!