Los enemigos, más cerca todavía

Habiendo transcurrido una semana desde las elecciones nacionales, para aquéllos que teníamos dudas acerca de quién era quién en el intrincado rompecabezas político que precedió a la jornada del 30 de abril, a estas alturas ya no debería haber duda razonable. Y es que –nos guste reconocerlo o no- las virtudes e hilachas salieron a relucir, en algunos casos muy pronto, en otros recién más adelante, pero el cansador juego político de recorrer el país y dedicarse a hablar/saludar/convencer/menoscabar/arrear/inducir/difamar durante meses termina por agotar hasta a los más fuertes y disciplinados.

De esta forma, el auténtico carácter y vocación de los contendientes terminó por “desnudarse” ante la opinión pública después de conocidos los resultados finales. Desde luego: El discurso victorioso siempre es más atractivo, y no cabe duda de que quien lo pronuncia tiene viento de cola y toda la ventaja a su favor. Podemos usar como ejemplo las declaraciones del director técnico de una selección triunfante: Todo lo que dice es palabra santa. Volviendo al ámbito político, al margen de la exuberancia o educada sencillez del discurso de la victoria, también representa una gran responsabilidad para quien lo pronuncia.

Desde la vereda de enfrente, tenemos el discurso perdedor, que requiere de parte del que lo trasmita –con la primera y principal condición de que efectivamente lo haga- igualmente de una enorme grandeza y entereza personal para reconocer el resultado adverso con altura y aceptar llevar esa responsabilidad sobre los hombros. La tan mentada “Gloria al vencedor, honor al vencido” dependerá en gran medida de la forma en que unos y otros asuman su posición.

Santiago Peña dio la talla: En línea con su conducta durante todo el proceso, se ocupó con detalle esmerado desde el escenario en agradecer a todo el equipo que lo acompañó y apuntaló, y –según sus propias palabras- gracias al que ganó en las elecciones. Su discurso no sorprendió, pero sí agradó, porque ofreció más de lo mismo a una mayoría que apostó por su opción y se sintió también en ese momento confiada en la incipiente gestión del próximo titular del Ejecutivo.

A partir de ese momento, comenzó a dedicarse a articular el proceso de transición, que es preciso se desarrolle normalmente hasta agosto, y que facciones opositoras disconformes –con o sin razón- se empeñan en complicar a través de métodos ilegales y antipáticos para la gran mayoría de la población. Y es que el tiempo para hacer coaliciones, alianzas y oportunos renunciamientos ya quedó atrás, y más dejan de manifiesto su absoluta inmadurez democrática y falta de autocrítica que el reclamo de justicia que –supuestamente- es el motivo de sus intransigentes posiciones.

Peña está en estos momentos haciendo todo lo necesario para llevar adelante en forma correcta el cambio de mando, en el que, al margen de los desmanes de la oposición, también dependerá muchísimo del apoyo del gobierno saliente para tomar la posta con éxito. Ya ha manifestado en diferentes oportunidades que espera recibir toda la documentación en forma ordenada, como lo hiciera el gobierno del expresidente Cartes en el momento del advenimiento de Mario Abdo al poder. Esperemos que primen la razón y la cordura, dejando de lado posiciones personales que nada tienen que ver, y si hubiera diferencias que dirimir, que las mismas se sustancien a través de la Justicia, como corresponde en un Estado de Derecho.

A algunos les molesta el acercamiento de nuestro novel mandatario a medios de comunicación y especialmente a sus representantes más reconocidos, que durante la campaña se ocuparon casi exclusivamente de intentar anularlo, recurriendo a todo tipo de recursos, muchos de ellos –aún en el fragor político y estando en democracia- sumamente discutibles en cuanto a su ética. Dejemos de lado a estos periodistas y sus medios, que deberán responder ante sus públicos objetivos por demostrar posiciones tan volubles; en cambio analicemos la posición de Santiago Pena: Está haciendo lo que tiene que hacer, de la forma en que lo hizo siempre.

Mantén cerca a tus amigos, pero más cerca aún a tus enemigos” es una cita brillante usada por Michael Corleone en The Godfather Part II (El Padrino II), que refiere a la importancia de mantener cercanos a tus contrarios, para saber cómo piensan y usar eso a tu favor. El origen de la frase se atribuye equivocadamente a Sun Tzu o Nicolás Maquiavelo, porque no existen fuentes confiables que lo confirmen. Lo que sí podemos validar es su pertinencia y la importancia que tiene para el nuevo gobierno de trabajar e interactuar con todos los actores, sean estos privados, públicos, civiles, eclesiásticos y con los representantes de naciones extranjeras, porque no hay otra vía.

Mientras que unos generan zozobra a la población exigiendo el escrutinio de documentos ya sobradamente analizados y otros, totalmente carentes de ideas propias y asumiendo representaciones que nos les corresponden solamente atinan a adherir a los primeros, el Sr. Peña está dando cátedras de estadista. Y en este juego criollo de “posiciones graníticas inclaudicables”, que de pronto se reinterpretan resultando “que no era había sido tan así”, que no nos sorprenda que, en breve, esté sentado en una mesa con estos mismos detractores suyos a su alrededor escuchándole atentamente.

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