Busquemos la cohesión nacional

La escena es idílica y como tal, ha sido perpetuada en polcas y guaraníes, los infaltables ñe´enga, historias familiares que se remontan a través de los tiempos y, ya en épocas contemporáneas en millones de fotos, historias de Instagram y los infaltables tiktok: Mujeres risueñas en torno a una mesa donde se aprecia la masa de la chipa y a partir de la cual cada una de ellas va dando forma a las piezas individuales de acuerdo a la figura que prefiere o le resulta más atractiva.

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Por regla general, en el tradicional “chipá apó” el grupo estará compuesto mayoritariamente de mujeres en un amplio abanico en lo que a franja etaria se refiere y a unos pocos varones –generalmente niños-, pasando de niñas pequeñas y adolescentes, mujeres jóvenes, solteras y algunas casadas, otras ya mayores y llegando hasta las matriarcas familiares, y la ocasión es propicia para hacer bromas, recordar anécdotas pasadas, contar historias familiares, todo un proceso hermoso en el que de forma natural y espontánea se trasmiten tradición, enseñanza, vivencias y un amor por lo autóctono que nos caracteriza.

La leña crepitando dentro del tatakua, siendo usualmente tarea de los varones proveer de la madera, encender el fuego, ver que la temperatura sea la correcta y luego desechar el excedente de brasas, no sea que la chipa se cocine muy rápido ni muy despacio. Aquí siempre habrá lugar a primeras –y hasta segundas- pruebas fallidas, con el consiguiente producto bien cocido por fuera, pero semicrudo por dentro, enmarcado dentro de un proceso que luego se va corrigiendo.

Y todo, absolutamente todo, desde la forma en que se preparó la masa, la forma que se dio a la chipa pasando de la argolla, palomita, iniciales, figura de algún animal, yacaré y cientos de formas más, sumado al que se quemó la lengua por apurarse para comer y lo dura que a veces resulta la chipa al día siguiente, todo esto aúna a este grupo de personas.

De esta forma tan folklórica, se nutren la unión o cohesión entre personas, que puede darse de distintas formas, pero en la que sin duda alguna las tradiciones, costumbres y ritos son válidas y eficaces. Y es justamente esta cohesión, estos lazos entre las personas, parientes, compueblanos y todos los habitantes de la República lo que deben buscar como una de sus principales funciones el Estado y sus representantes, hacer que todas las personas que habitan el país converjan en una misma línea de búsqueda de los niveles de desarrollo económico y social, debiendo ser uno de los objetivos prioritarios en la agenda de políticas públicas.

¿Cuánto puede hacer una persona considerada en forma individual al respecto? Poco o nada posiblemente, pero por eso mismo se denomina cohesión social, porque incluye a todos, y a todos nos afecta también. Y por ello, es necesario que las autoridades actúen con ética cuando informan o tocan temas relacionados a estos aspectos, por la forma en que los mismos afectan la forma en que los ciudadanos nos miramos –y eventualmente juzgamos- mutuamente.

En línea con el párrafo anterior, somos testigos de cómo actores muy importantes de nuestra sociedad, que pretenden ocupar cargos relevantes en la política nacional (y por ello, influirán en toda la sociedad), parecerían centrar sus campañas en mancillar los logros del rival, y con ello, los de sus seguidores. Este tipo de campaña trae aparejada la consecuencia de que una vez que los resultados oficiales sean dados a conocimiento público por la Justicia Electoral, se inicia un proceso de descrédito de ganadores hacia perdedores, que termina convirtiendo en perdedores a todos.

La cohesión bien encaminada, entendida como un propósito que nos una a todos bajo un mismo objetivo, tendrá por fin reducir los niveles de desigualdad, el riesgo de la pobreza y la exclusión social a través de medidas que actúen en los niveles de segregación espacial –en nuestro caso, la diferencia entre la población campesina y la urbana-, también la promoción del uso en igualdad de condiciones y respeto de los derechos de todos de los espacios públicos y la convivencia ciudadana, todos estos aspectos como elementos de la tan mentada cohesión social.

Desde la población paraguaya, reconocida por su amabilidad, generosidad ante los más carenciados, proverbial buen humor y abierta predisposición hacia el prójimo, así como desde el sector privado, creando empleos y peleando ante tantos desafíos como lo son las desigualdades en el trato y condiciones de un mercado en el que las reglas no son iguales para todos, hay demasiados indicios de la excelente predisposición para lograr esta adhesión de todos, tan necesaria.

Ahora solo resta que todos los actores nos prendamos a este objetivo, entendiendo que al margen de las diferencias tenemos como nación demasiados factores que nos aúnan y fortalecen.

Las diferencias pueden –y deben- ser motivo de debate y es sano que así sea, para aprender de las mismas y corregir lo que deba corregirse. Pero si se utilizan solamente para anular las virtudes del oponente a los efectos que sea para después incurrir desde una posición de ventaja exactamente en los mismos errores, seguiremos en esta espiral negativa que no nos lleva a ningún lado, sino por el contrario nos sigue ubicando como furgón de cola entre los países de la región.

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