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En el Ejecutivo no tendremos un estadista, y la gran batalla de abril estará en la elección de parlamentarios. Revisando listas noto la existencia de una oferta electoral esperanzadora como opción a la caterva de sinvergüenzas que hoy vuelven a postularse.
En el periodo presente, especialmente en Diputados, sufrimos a sicarios de la institucionalidad republicana, protectores de cuanto sospechoso había, agavillados en la defensa de los intereses del Patrón por sobre cualquier interés nacional. El gobierno estadounidense denunció la existencia de sobornos del Patrón a legisladores. No hubo desmentido oficial respecto a tal práctica. Se puede deducir, entonces, que los sobornos existieron, y si existieron, podemos colegir, sin necesidad de tanta perspicacia, quiénes son los sobornados: los que defendían a troche y moche al Patrón y sus inclinaciones y deseos particulares.
Estos son sicarios que matan cualquier intención de sanear la República, de limpiar la política de tanta bajeza al ponerla al servicio de puras mezquindades sectarias, aunque el país se hunda en el atraso, en el hambre, en la ignorancia, en la falta de programas sanitarios eficaces; todo derivado de la más espantosa corrupción mantenida con el dinero negro proveniente de los tráficos más aberrantes. Por eso los sobornos: para asegurar, más que las lealtades, las viciosas complicidades.
En el desquicio institucional que propicia esta conducta creció el paraíso narco hoy convertido en infierno, en pesadilla que golpea la puerta de nuestra casa. En este desquicio, también, afloran fortunas colosales muy difícilmente trazables desde algún origen honesto. En medio de ese follaje hasta cooperativas fueron víctimas de operaciones raras: créditos extravagantes no devueltos o devueltos íntegramente en pocos días, en “maravillas” financieras que no han merecido la más mínima atención de los organismos de control que no se mueven si no les controla la prensa o la ciudadanía.
El mismo movimiento interno del Patrón vuelve a postular para el Congreso a individuos con olor a soborno y a narco, enriquecidos no precisamente al amparo de la sentencia bíblica del sudor en la frente.
“¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?”, gritó Cicerón en el Senado romano el 8 de noviembre del 63 a C, al denunciar en su primera catilinaria la conspiración de Lucio Sergio Catilina contra la república de Roma.
Este mismo grito debiera parafrasear la ciudadanía paraguaya para poner fin al abuso que de nuestra paciencia hacen los políticos que conspiran contra nuestra República. Desquiciados sicarios que van al frente con el código de barras pegado en la frente a alquilar su sica y matar la institucionalidad para que viva la ignominia. Quienes los voten serán tan sicarios como ellos.