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* El autor es Embajador de Rusia en Paraguay
Creo que un lector reflexivo e interesado en la política internacional llegó a la conclusión de que la crisis de Ucrania fue causada principalmente por una amenaza a los intereses vitales de seguridad nacional de Rusia debido a la expansión de la OTAN hacia el este, el despliegue de la infraestructura militar de este bloque cerca de las fronteras rusas y su deseo de convertir a Ucrania en una “anti-Rusia”.
Hoy sería oportuno señalar algunos de los resultados de esta crisis y las importantes lecciones que pudimos sacar de la misma.
El primer resultado significativo fue el aparente fracaso de los intentos occidentales de “estrangular” la economía rusa mediante las ilegales medidas restrictivas unilaterales. El golpe sin duda resultó ser duro, sobre todo teniendo en cuenta la rabiosa naturaleza de las restricciones que nos impusieron, hasta el congelamiento de una parte de las reservas monetarias nacionales. Sin embargo, Rusia resistió. Fue posible estabilizar la situación reorientando los mercados. Hace un año, el 60% del comercio exterior ruso correspondía a los países del Occidente colectivo y el otro 40% procedía del resto del mundo. Ahora la participación de Occidente es del 35%, mientras que los países de Asia, África y América Latina representan el 65%, y esta proporción seguirá creciendo. Los ingresos de Rusia han disminuido, pero gracias a un largo período de crecimiento económico exitoso desde principios de la década de 2000 logramos acumular importantes reservas, cuyos volúmenes son suficientes para mantener la estabilidad socioeconómica.
Según la Agencia Rusa de Estadísticas “Rosstat”, en 2022 la economía rusa cayó un 2,1% (a modo de comparación, en el año pandémico se registró la caída del 2,7 %).
En 2023, según la previsión del FMI, el PIB de nuestro país crecerá un 0,3%. En comparación, uno de los principales promotores de las sanciones, para el Reino Unido, el FMI prevé una caída del -0,5% del PIB este año. Se hizo evidente que las sanciones occidentales ilegales afectan tanto a los países que las imponen como a toda la economía mundial en su conjunto, especialmente los mercados de energía y alimentos. Según estimaciones recientes del Instituto de Investigación Económica de Colonia, el daño total a la economía mundial por las sanciones contra Rusia ascendió a 1,6 billones de dólares estadounidenses.
Al mismo tiempo, es importante recordar que los 49 países que han impuesto sanciones contra Rusia representan solo el 15% de la población mundial. La mayoría de los países del mundo, en su mayoría países en desarrollo, incluido el Paraguay, se negaron a convertirse en cómplices de Occidente en esta “cruzada” contra Rusia.
Esto está en línea con las tendencias de la formación de un mundo multipolar. Las intenciones de comenzar la desdolarización del comercio mundial surgieron como una de sus manifestaciones. Por ejemplo, ya hoy en día un 50% del comercio exterior de Rusia se realiza fuera del sistema financiero del dólar. La región latinoamericana tampoco es una excepción, dado que Brasil y Argentina anunciaron recientemente su interés en lanzar una moneda común.
Desde un punto de vista militar, Rusia ha logrado avanzar en la desmilitarización de Ucrania, cuyas fuerzas armadas ahora se sustentan únicamente con el suministro apresurado de armas de los países de la OTAN. Así, a lo largo del año se destruyeron 344 aeronaves, 184 helicópteros, 2.684 vehículos aéreos no tripulados, 398 sistemas de misiles antiaéreos, 7.159 tanques y otros vehículos blindados de combate, 931 vehículos de combate de sistemas lanzacohetes múltiples, 3.691 piezas de artillería de campaña y morteros, así como como 7.664 unidades de vehículos militares especiales. Al mismo tiempo, los países de la OTAN prácticamente han agotado el arsenal de armas y municiones para suministrar a las Fuerzas Armadas de Ucrania.
Los Estados Unidos incluso tuvo que recurrir a sus almacenes en Israel y Corea del Sur. La situación se vuelve peligrosa, acercándose al punto en el que sin la participación directa de las fuerzas armadas de la OTAN en el conflicto Ucrania empieza a perder. Sin embargo, en este caso la implicación directa de las tropas de la OTAN equivaldría al inicio de la Tercera Guerra Mundial: parece que al escalar constantemente el conflicto, Occidente se ha metido a sí mismo en una “trampa” estratégica.
Una de las lecciones más importantes de la crisis ucraniana es la verdadera actitud de los países occidentales hacia el derecho internacional. La degradación del derecho internacional comenzó tras el colapso de la URSS, cuando los Estados Unidos, al encontrarse como el único hegemón en el mundo, se puso a destruir la arquitectura de seguridad internacional creada tras la Segunda Guerra Mundial.
Entre sus primeros pasos fue el bombardeo de Yugoslavia en 1999, seguido por una serie de intervenciones militares ilegales, la retirada de los tratados claves sobre el control de armamento, empezando por el Tratado sobre Misiles Antibalísticos en 2002, básico para el régimen del control de armas. Al observar las acciones de Occidente desde febrero de 2022, hay que constatar que apenas se respeta el derecho internacional. Se confisca la propiedad de Rusia y de ciudadanos rusos. Se cometen actos de terrorismo de Estado contra la infraestructura, por ejemplo, en el caso del sabotaje estadounidense en el gasoducto ruso-alemán Nord Stream producido el 26 de septiembre de 2022.
Al mismo tiempo, Occidente intenta sustituir el derecho internacional por un “orden basado en reglas”. La diferencia entre ambos es fundamental. Mientras que el sistema de derecho internacional fue creado por consenso de toda la comunidad internacional, las llamadas “reglas” se inventan en Washington y Bruselas, y cambian constantemente en función de sus intereses políticos.
Durante este año, los líderes del Occidente colectivo se han vuelto más francos y el mundo ha aprendido muchas cosas interesantes. Según sus declaraciones, iniciaron las preparaciones para un conflicto con Rusia ya en 2014. La presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen afirmó que los nuevos paquetes de sanciones se habían elaborado con mucha antelación a la operación militar especial. Los ex-dirigentes alemanes y franceses Angela Merkel y François Hollande admitieron que los acuerdos de Minsk eran un fraude absoluto y constataron que nadie iba a implementarlos.
En otras palabras, en un principio Occidente no tenía previsto buscar vías pacíficas para resolver la crisis ucraniana y pretendía obligar a Rusia a defenderse utilizando la fuerza de las armas. Y ahora los representantes del Occidente colectivo ya no ocultan que su objetivo es destruir a Rusia, así como lo hicieron con Yugoslavia, Irak, Libia y Afganistán.
La tercera lección es que la Unión Europea, que aspiraba a ser un centro de poder independiente, ha fracasado y nunca tendrá éxito como tal. Los países de la UE, sin mucha resistencia, renunciaron a su soberanía, adaptando a las políticas dictadas por Washington. Un ejemplo ilustrativo de eso fue el reciente informe del famoso periodista estadounidense Seymour Hersh, según el cual los estadounidenses habían notificado a Alemania de sus planes antes de las explosiones del Nord Stream, y Berlín dio su consentimiento. No menos llamativo fue el abandono por parte de Finlandia y Suecia de su estatus neutral, que había sido la base de su prosperidad y desarrollo a lo largo de muchas décadas.
El mundo ha cambiado y no volverá a ser el mismo. Sin embargo, Rusia nunca reconocerá la hegemonía de Washington y del “Occidente colectivo”. Al mismo tiempo, todavía quedan oportunidades para un compromiso y una solución diplomática al conflicto. Una variante de tal compromiso figuraba en los proyectos de tratados con los Estados Unidos y la OTAN sobre las garantías de la seguridad de Rusia en Europa del 17 de diciembre de 2021, según los cuales se suponía que la infraestructura de la OTAN se retiraría a las fronteras de 1997 de este bloque militar. En esas condiciones sería posible seguir construyendo una cooperación pacífica y crear un sistema de seguridad colectiva en Europa basado en el principio de indivisibilidad de la seguridad prescrito en una serie de los documentos internacionales europeos.