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El primer acto de despojo ocurrió cuando el señor Denis, con su hijo recién nacido, acudió al hospital regional de Encarnación buscando auxilio ante una situación que le resultaba abrumadora: su pequeño hijo nació con los dedos de una mano fusionados, un defecto conocido como polisindactilia. La solución es una cirugía para separar esos dedos.
Como es la impronta en nuestro sistema de salud, en el hospital le pidieron que compre todo lo necesario, hasta el guante para el cirujano, algo imposible para un humilde trabajador que se gana la vida como albañil. Desesperado corrió a la Gobernación de Itapúa, donde por toda respuesta un burócrata de turno le pidió todos los estudios médicos para analizar su caso.
El segundo acto de despojo fue cuando dos delincuentes encapuchados, arma en mano violentaron su casa, el lunes de la semana pasada, y se llevaron todo el dinero que durante 10 años estuvieron ahorrando para la tan necesaria y esperada cirugía de su hijo.
En el primer caso, el despojo es motorizado por un modelo de hacer política brutalmente injusto, que relega la salud pública a una situación de “sálvese quien pueda”. Un modelo en el que diputados y senadores gozan de seguros vip, pero la gente se muere en los hospitales por falta de recursos.
A simple modo de ejemplo, un kit quirúrgico vale lo que un parlamentario recibe en cupo de combustibles, gratis, todos los meses. Pero cuando un ciudadano tiene la desgracia de necesitar asistencia, tiene que procurarse por sus propios medios.
No se trata de banalizar la grave situación vivida por la familia Denis el lunes, pero creo oportuna una reflexión sobre cuál de las situaciones que subyacen en esta historia es más violenta y brutal.
Si el asalto de esos dos miserables encapuchados, o el robo a cara descubierta de las esperanzas de un país mejor, más justo y equitativo, que a diario perpetra contra todo un país una “claque” política medularmente corrupta e inepta. Que encubre sus acciones con el velo de la impunidad, y se escuda en la ignorancia de un pueblo que acepta mansamente el accionar de sus verdugos.