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En Asunción, “la embajada” no es cualquier embajada. Es la embajada de Estados Unidos. Y no es por accidente, sino porque desde el Armisticio del Chaco, 12 de junio de 1935, EE.UU. asumió un papel decisivo en nuestra vida política gracias al vaciamiento institucional realizado por el nazi Rafael Franco, héroe de la Guerra del Chaco pero no por eso menos nazi, y continuado por otro nazi, José Félix Estigarribia, nuestra mayor gloria militar pero también el fundador del régimen autoritario paraguayo.
Desde entonces, nada importante se hace en nuestro país sin consulta y sin aquiescencia de la embajada norteamericana: Desde la toma del poder por la Asociación Nacional Republicana, partido Colorado, el 13 de enero de 1947, hasta el derrocamiento de Raúl Cubas en 1999; desde la adopción de la catastrófica política antidrogas hasta el sostenimiento en el cargo de la más corrupta fiscala general de la historia paraguaya.
Nosotros, los paraguayos, compartimos con EE.UU. los mismos valores políticos formales, y lo hacemos expresamente, libremente, desde el Congreso de junio de 1811: Compartimos la idea de que los seres humanos nacen libres y dotados de derechos anteriores y superiores al Estado; la de que los gobiernos tienen una sóla razón existencial, que es proteger esos derechos; la de que los pueblos tienen derecho inmarcesible a la autodeterminación; la del libre comercio, la libre navegación y un largo etcétera que hace a nuestra vida diaria.
Por tanto, Paraguay y EE.UU. son aliados naturales. Lamentablemente, los gobiernos de Washington no siempre trabajaron dentro de esos valores compartidos que tenemos. Todo lo contrario.
Los gobiernos norteamericanos alentaron abiertamente el régimen autoritario inaugurado por Estigarribia y continuado por Stroessner. La Escuela de las Américas fue un antro norteamericano para la formación de violadores de derechos humanos y ahora mismo sostiene en nuestro Ministerio Público a la protectora de jefes de organizaciones de dudosísima conducta y promueve una agenda global, la 2030, que busca expresamente el reemplazo del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo de Abraham Lincoln por la “gobernanza 4.0″ inspirada en Benito Mussolini.
Hay veces pues, como se observa de la listita anterior, en que la influencia de la embajada norteamericana no ha sido buena.
La única manera de evitar que estos vaivenes propios de EE.UU., y de todos los países “importantes”, afecte de manera negativa a nuestro modo de vida basado en aquellos ideales que compartimos con Thomas Jefferson, es construir instituciones que no se vean afectadas por políticos y funcionarios corruptos que, para obtener la bendición norteamericana, someten nuestra soberanía ante la embajada.