Cuando nos refriegan la verdad en la cara

- “Estoy impresionado por la infraestructura de los condominios, y ni qué decir las construcciones particulares”- comentaba un primo de visita al Paraguay días atrás a la vuelta de un paseo por San Bernardino. También le llamaron la atención los edificios comerciales y corporativos levantados en los nuevos ejes urbanísticos de Asunción, y la flota vehicular, tanto por el lujo como por la cantidad que veía circulando por las calles. Acotó que, a juzgar por la ausencia de redes de provisión de agua y consiguiente desagüe, además del estado de las arterias, quedaba más que en evidencia que la actividad pública por lejos no tiene el mismo ritmo que la iniciativa privada.

Cargando...

A pesar de residir hace más de 40 años en Alemania, formando su familia allá y haber adquirido costumbres y hábitos del país teutón, este cordillerano y alteño de nacimiento nunca perdió el amor por el terruño, y en cada visita al país observa con ojos críticos -a la vez que influenciado por el techaga´u que nunca lo abandonó- los cambios que va viendo, la forma en que evoluciona la sociedad y siempre encuentra motivos para sorprenderse. Llegando a Asunción, señala los carteles con el rostro de candidatos políticos que “adornan” cada columna (y hay muchas) de nuestra principal avenida capitalina y me dice con ironía - ¿En serio aún se hace política de esta forma? -.

Con estos comentarios –y algunos otros- medité sobre los sentimientos encontrados que debe tener un paraguayo residente en el extranjero, con todo lo que esto implica, que repara en su país y ve con tristeza la exasperante lentitud con que mucho del avance que experimenta el mundo llega hasta aquí, mientras por otro lado viejos, obsoletos y perimidos usos como que se retuercen en una agonía lenta, pero no los terminamos de eliminar.

Solo un par de horas más tarde, y ya habiendo depositado en buenas manos a mi visita, quien claramente tenía una agenda apretada entre parientes, amigos de juventud y compañeros de facultad que se disputaban su compañía, sonó el timbre de mi casa y acudiendo a atender me encuentro con una comitiva de mujeres y hombres, la mayoría mayores, todos muy sonrientes y ataviados de vivo color carmesí. “Apreciado vecino, venimos a saludarle y a ponernos a sus gratas órdenes” fue el amable discurso con que se presentaron, fungiendo de vocera una dama muy agradable. Agradecí el gesto, indicando que me parecía muy interesante que recorran el barrio, mientras deducía por los carteles que portaban y calcomanías que ofrecían que pertenecían a la Seccional de la zona.

Se inició una breve conversación con un intercambio de saludos y sonrisas, y me preguntaron por mi nombre, a lo que no pude evitar responderles que vivo en esa misma casa hace aproximadamente 20 años, y me sorprendía que no lleven un registro de los vecinos. Impresión mía, equivocada tal vez, pero a partir de ese momento esa grata y no programada reunión tuvo una especie de inflexión. A la pregunta de si estaban ante un correligionario les respondí que, en realidad, ellos tenían la obligación de saber eso, y que, si recordaba bien, de niño el Presidente de Seccional llegaba a casa de mis padres conociendo el nombre de todos los que allí habitaban, sus ocupaciones e inclusive detalles familiares. Lo que se dice, el tipo y su equipo hacían sus deberes.

La dama de amplia sonrisa seguía sonriendo, pero ya en forma más forzada, por lo que juzgué apropiado felicitarles por tomarse el tiempo en esa tarde calurosa de reunir un grupo importante de vecinos y recorrer las cuadras para llegar a la gente, terminando con la pregunta de cuál era el objetivo de su visita, “conocer a los vecinos y ponernos a disposición” me respondieron, a lo que agradecí poniéndome igualmente a su servicio “para lo que hubiera lugar”.

A esta amable gente, no sé de cuánto le habrá servido la visita; quizás, si tienen como objetivo llegar a todas las casas, puedan tildar esa dirección como “visitada”, pero no mucho más. En lo personal, no me sirvió de mucho tampoco, la forma en que se desarrolló no me permitió preguntarles ni que me cuenten qué proyectos específicos tenían, ni en qué forma podríamos trabajar juntos. Sí me quedaron algunas preguntas en el tintero, pero hubiese sido de mal gusto hacerlas en ese momento: ¿Qué hará distinto su candidato al anterior, para que mejoren las cosas?, ¿Por qué las acciones que promete en su plataforma ya no fueron hechas o por lo menos iniciadas por quien lo puso como candidato?, ¿Sabría usted decirme dónde está nuestro Vice-Presidente y qué funciones cumple? Y quizás, no pudiendo contener esa ironía que a todos nos nace a veces como un arma o escudo ante tantas cosas que sencillamente no podemos comprender: ¿Sabe usted señora que con lo que gana el Vicepresidente en funciones, pero sin funciones, podríamos pagar becas de estudios para la universidad de decenas de paraguayos?

Quizás las expresiones del primo hicieron mella en el estado de ánimo de uno, tal vez sus comentarios nos impidieron ver algo más que carteles que ensucian Asunción en esa propaganda política colgada por todos lados, y no pudimos percibir amor por la Patria sino intereses particulares en la comitiva que recorría el barrio. Y puede que esa misma razón nos lleve a pensar –sin fundamento alguno- que muchas de esas personas son funcionarios públicos o tienen a un pariente en esa situación. Y es que, aunque nos apena decirlo, duele ver las cosas con claridad, y duele más aún que nos digan lo que es más cómodo no escuchar.

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...