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Es oportuno recordarlas hoy en momentos en que el país está enredado en un tema muy delicado: el Plan Nacional de Transformación Educativa.
No está mal discutir sobre la educación. Es más, se hace necesario hacerlo. El problema es que en el pleito interviene mucha gente de cuyo aporte nada puede esperarse por su notoria ignorancia, mala fe, fanatismo, receptora fácil de rumores que dejan entrar en la cabeza sin procesarlos.
¿Qué se delibera, exactamente? Por un lado se nos presenta un plan que busca mejorar nuestra educación; y por otro, se nos pide a gritos que lo rechacemos porque se busca hacer homosexuales a los varones y obligar al aborto a las mujeres. Con esta idea nacen las organizaciones que se hacen llamar provida y profamilia; quienes no pertenecen a ellas están a favor de que la humanidad se extinga pronto. ¿A nadie se le ocurre crear entidades proeducación? Son las que necesitamos para que las escuelas vuelvan a darnos alumnos que sepan leer y escribir. Saber leer es entender lo que se lee. El que sale de la primaria deletreando llegará así a la secundaria.
También en este punto recordemos a Adela Speratti. Junto con su hermana, tuvo una sólida formación en la Argentina. Se graduó de maestra normal, entonces el máximo peldaño, suficiente para ejercer el magisterio con sabiduría. Hoy los educadores tienen mayor formación, por lo menos los títulos son más pomposos: licenciatura, masterado, doctorado, PHD. Conseguir tales títulos es posible incluso en las universidades. En ninguna época nuestra educación estuvo en manos de tantas eminencias, solo que los resultados cada día son peores de acuerdo con los datos de entidades nacionales e internacionales.
Adela y Celsa Speratti, ya con una sólida experiencia en la Argentina, regresaron al Paraguay en 1890 mediante las gestiones de otros dos grandes maestros: Rosa Peña de González y Anastacio Riera. Después de la fundación de la Escuela de Preceptoras, en 1897 culminó su sueño con la fundación de la Escuela Normal que encabezó hasta su fallecimiento. Es sabido que esta Escuela dio al país un impulso a la educación, hasta entonces desconocido, con la formación de maestros altamente preparados. Celsa continuó con la tarea milagrosa de la hermana.
A los educadores nombrados pueden agregarse muchos otros que aportaron su talento, estudios y entusiasmo en el esfuerzo de vigorizar la educación. ¿Qué pasó después? ¿Dónde, cuándo, por qué se formó la inmensa laguna que nos separa el pasado del presente? ¿Qué hizo que nuestra educación tuviera cifras escandalosamente negativas?
Se nos robó el presente y se nos robó el futuro.
Hay un intento por revertir los fracasos pero choca con una jauría ruidosa que da miedo. En esta atmósfera encendida de mentiras, tergiversaciones, inventos de palabras y conceptos, no es posible un trabajo que necesita de la mejor buena voluntad y el conocimiento de personas comprometidas con la educación, con el futuro de la educación.
A través de la jerarquía católica se presentó un proyecto alternativo al Plan Nacional de Transformación Educativa. Está bien que lo haga. Pero la pregunta es: ¿los obispos están capacitados para ofrecernos un plan libre de ideas religiosas y con alcance universal? O sea ¿también para las instituciones no confesionales?
Como sea, en nombre de las hermanas Speratti y de tantos otros educadores relevantes, que los entendidos procuren sacarnos de esta caverna donde los adolescentes, y quien sabe cuántos adultos, no entienden lo que leen.
Si dependemos del conocimiento para prosperar –como en los países desarrollados- seguiremos en los últimos escalones sin posibilidad de ascender.