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Destruyó el 90% de la ciudad, aniquiló a casi 100 mil personas y 50 mil quedaron con graves heridas. La consecuencia trágica se extendió por varios años más. Desde entonces la bomba nuclear, cada vez más potente, se encuentra en manos de muchos gobernantes. Les basta apretar un botón para que la humanidad, o parte de ella, se haga cenizas.
Cuando al presidente ruso, Vladimir Putin, se le complicó su desatinado proyecto de tomar toda Ucrania en pocas semanas, mentó la bomba atómica como último recurso para cantar victoria. Al parecer, no le queda otro recurso. No está dispuesto a asumir la humillación universal de caer derrotado. Cree que seguir matando a gente inocente es el camino de su gloria. Como no le llega, y animado por su criminal impaciencia, amenaza con la fatídica arma nuclear.
El 6 de agosto de 1986, en Ixtapa-Zihuatanejo, México, Gabriel García Márquez pronunció un discurso adelantándose a lo que podría suceder en una guerra atómica. Entre otras cosas, el escritor dijo:
“Un minuto después de la última explosión, más de la mitad de los seres humanos habrá muerto, el polvo y el humo de los continentes en llamas derrotarán a la luz solar, y las tinieblas absolutas volverán a reinar en el mundo. Un invierno de lluvias anaranjadas y huracanes helados invertirá el tiempo de los océanos y volteará el curso de los ríos, cuyos peces habrán muerto de sed en las aguas ardientes, y cuyos pájaros no encontrarán el cielo. Las nieves perpetuas cubrirán el desierto del Sáhara, la vasta Amazonia desaparecerá de la faz del planeta destruido por el granizo, y la era del rock y los corazones trasplantados estará de regreso a su infancia glacial. Los pocos seres humanos que sobrevivan al espanto, y los que hubieran tenido el privilegio de un refugio seguro a las tres de la tarde del lunes aciago de la catástrofe magna, sólo habrán salvado la vida para morir después por el horror de sus recuerdos. La creación habrá terminado. En el caos final de la humedad y las noches eternas, el único vestigio de lo que fue la vida serán las cucarachas”.
Más adelante, García Márquez dice que es la visión anticipada de un desastre cósmico que puede suceder en este mismo instante. Recordó que en agosto de 1986 existían en el mundo más de cincuenta mil ojivas nucleares emplazadas. Hoy, octubre de 2022, seguramente la cifra ha de ser mayor como varias veces mayor la potencia de la bomba lanzada en agosto de 1945.
El escritor nos recuerda: “Ninguna ciencia, ningún arte, ninguna industria nuclear desde su origen, ni ninguna otra creación del ingenio humano ha tenido nunca tanto poder de determinación sobre el destino del mundo”.
Los fanáticos de la locura de Putin dirán que la amenaza nuclear “solo” va dirigida a Ucrania. ¿Y en Ucrania no hay seres humanos? ¿Quién nos asegura que una bomba nuclear rusa no habrá de recibir una respuesta la que, a su vez, tendrá otra y otra hasta la devastación total como la anunciada por García Márquez? Este anuncio no viene de la imaginación de un escritor: es una realidad científica. Ya se tiene la experiencia japonesa; experiencia mínima frente a las bombas actuales.
¿Que estamos lejos de Ucrania y nada debe preocuparnos? Un mínimo sentido de humanidad nos acerca a otros seres humanos que sufren, incluyendo a los rusos empujados a morir y a matar sin siquiera saber por qué lo hacen. Solo cumplen órdenes de quien, sentado en su sillón imperial, sueña abrazarse a la gloria eterna con una mano puesta en el botón nuclear.
¡Y hay personas que lo admiran!