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“De hecho hay más docentes de lo que el sistema probablemente necesita”, señaló recientemente el candidato a presidente de la República por un movimiento interno de la ANR. Después “aclaró” qué fue lo que realmente quiso decir. Pero la sentencia ya estaba instalada en la gente con el significado que esta le dio, y en el contexto que fuere, su connotación no variaría.
Cuando el público entiende de una manera distinta la intencionalidad del candidato, no puede este salir a culpar a dicho público. Primero debe analizar si lo suyo estaba claro. Un candidato debe manejar las competencias comunicativas.
Hay un emisor, un mensaje, un receptor (el público) y un código, además de otros elementos. Algo sustancial es el manejo del código, el lenguaje en el que se emite el mensaje, de modo que este llegue sin posibilidad de que sea tergiversado.
Para eso, hay que tener una estrategia de comunicación. A menudo se confunde comunicación con propaganda. El último recurso al que debe apelar un candidato es a tratar de desmentir algo que dijo. Su falta de claridad para abstraer una idea y expresarla adecuadamente puede llevarle a más confusión. Y no debería salir a victimizarse aduciendo que quienes lo critican mienten.
Este problema de la falta de claridad conceptual y expresiva de nuestros políticos y de profesionales de distintas disciplinas es producto, nada más y nada menos, que de las fallas del sistema educativo paraguayo en su integridad: desde la fase inicial hasta la universidad. La dificultad para comunicarse correcta y asertivamente es cada vez mayor.
En el mundo de la comunicación en que vivimos, un buen técnico puede sucumbir en su proyección en varios aspectos de la vida si no sabe comunicar, si no maneja el mecanismo básico del relacionamiento humano, si no emplea con maestría los códigos lingüísticos para que su mensaje dé en el blanco.
Una mala comunicación no solo crea equívocos, sino también rompe el circuito interactivo. Provoca, al mismo tiempo, que el público rechace a quien no sabe comunicar, a quien comunica mal.
El drama de nuestra educación no es que haya más docentes “de lo que el sistema necesita”, sino que no hay una calidad homogénea en la docencia, que asegure una buena educación. Esto es quizá lo que quiso decir el candidato y lo dijo de manera equívoca.
En el fondo, este es un drama educativo derivado de la mala política ejercida por malos políticos. Y podemos afirmar, sin temor a que se nos tergiverse la idea, que tenemos más políticos de lo que el “sistema” precisa. Sobre todo, tenemos malos políticos en apabullante demasía.