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La ciudad exhibió al mundo uno de sus recursos más preciados: los amplios espacios verdes que bordean el río y le dan un atractivo especial. Los visitantes pudieron observar una ciudad ordenada, limpia, y de gente afable. En materia de seguridad el desempeño fue excelente, sin que se hayan registrado sorpresas desagradables, un aspecto altamente calificado para un destino turístico que se abre al mundo.
Sin embargo, y haciendo la salvedad de no entender mucho en materia de organización de este tipo de eventos deportivos, me permito puntualizar un aspecto que se observó a lo largo del desarrollo de los juegos, y que provocó la sensación de que todo ese atractivo y novedoso espectáculo se desarrolló como algo lejano y ajeno para el público, para el vecino de la ciudad.
El espacio físico donde se desarrollaban los juegos estuvo totalmente restringido, aislado. Acotado a los competidores, organización, y la vigilancia. El público que quería observar el espectáculo debía conformarse con hacerlo desde la distancia.
Se pudo percibir que a nivel de superestructura organizativa hubo un excesivo celo por mantener “descontaminado” el show deportivo. El resultado fue un lindo espectáculo exhibido en un escenario magnífico, pero sin calor popular. Literalmente, hubo mayor presencia de voluntarios y encargados de seguridad que de público.
Acaso la fuerza contraria a esa “inercia” repelente que se observó a nivel “macro” de la organización fue la presencia de la mascota “Tiríka”, quien sí logró conquistar los corazones de chicos y grandes en sus apariciones en público, con una actitud cálida, abierta y divertida. Posiblemente la gente local recordará Odesur más por “Tiríka” que por el magnífico espectáculo ofrecido por los atletas.