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Confieso que no es Godard mi cineasta favorito de aquella camada tan talentosa y atrevida. Eran mi debilidad principal los filmes de François Truffaut, asiduo colaborador de Godard. O las películas de Jaques Rivette, Agnes Varda y Eric Rohmer. Pero sin duda Al final de la escapada, con las fulgurantes interpretaciones de Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg, fue una cinta que sedujo en aquel momento por el valor de hacer estallar por los aires el cine convencional con una historia (el guión era de Truffaut) de dos fugitivos que en la huida protagonizan su particular amour fou.
Era el año 1960 y tanto Godard como toda la pandilla de cineastas que acabarían por ser clásicos se sumaban al acto de rebeldía colectiva que, tal y como reza la famosa canción de Bob Dylan, proclamaban The times, they are changin. No en balde el director estadounidense Quentin Tarantino, ferviente admirador de su obra, ha dicho: “Considero que Godard fue para el cine lo que Bob Dylan para la música”. Con ambos el panorama artístico nunca volvió a ser igual, hermanados en el salto al vacío que buscaba otros caminos para hacernos vibrar ante la gran pantalla o escuchando un disco.
Con el paso del tiempo la energía irreverente de Godard se transformó en un estilo más oscuro y denso. Forma parte, tal vez, de la distancia que se toma con la primera juventud en el peregrinaje vital hacia la madurez. Pero fue el director franco-suizo un creador incansable y prolífico en su larga vida. Tan dilatada que, de acuerdo a lo que ha comunicado su propia familia, pasado el umbral de los noventa tomó la decisión de acogerse al suicidio asistido que Suiza permite en casos que se documenten adecuadamente.
Ya era un hombre muy mayor, con muchas vivencias como equipaje y una serie de males “incapacitantes” propios del deterioro que conlleva la ancianidad. Godard, que nunca tuvo miedo a romper esquemas y reivindicar la libertad en su máxima expresión, sencillamente expuso que estaba “agotado” de vivir. Había llegado la hora de partir sin mayores dramas. Sus allegados informaron de que falleció “en paz” en la intimidad de su hogar y rodeado de sus seres queridos.
Se han cumplido los deseos de Godard porque pudo beneficiarse de los servicios que una sociedad como la suiza ofrece a quienes, siguiendo el ejemplo del español Ramón Sampedro –quien no consiguió que le aplicaran la eutanasia a pesar de ser tetrapléjico a causa de un accidente en su juventud– creen firmemente que “vivir es un derecho y no una obligación”. El legendario artista nos ha dejado el legado de más de 100 títulos y ser uno de los máximos representantes del cine moderno. Había cumplido de sobra y ya nada lo retenía en el reino de este mundo.
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Jean Luc-Godard ha muerto dignamente al cabo de una existencia fructífera que ha dejado huella. Unos días antes también nos abandonaba, pero de manera prematura a los 70 años, el novelista español Javier Marías, considerado el escritor en lengua castellana más importante de las últimas décadas. Fue su pasión por el cine una de sus máximas inspiraciones a la hora de crear sus 14 novelas en una vieja máquina de escribir a la que no renunció hasta el final. Y fue en el París que visitó siendo un adolescente donde pasó innumerables tardes descubriendo películas que alimentaron su precoz vocación literaria.
Jean-Luc Godard y Javier Marías han llegado al final de sus vidas, que es otra forma de escaparse y permanecer para siempre en el celuloide y entre las páginas. [©FIRMAS PRESS]