El pelotajára

Por desgracia, el origen de la expresión se perdió en el tiempo, pero es fácil de imaginar, y definitivamente quedó en el lenguaje coloquial de los paraguayos porque en forma recurrente aplica a situaciones que ocurren a nuestro alrededor. Y con la debida prudencia nos reservamos su uso para la ocasión indicada, donde nos servirá para describir y darle –con el característico humor de nuestro jopará- “en el ojoité” (hesakuaitépe) a la persona propensa a querer llevar a su plato todos los soquetes, dejando al resto solamente el caldo.

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En la canchita del barrio de nuestra niñez, y circunscribiéndonos exclusivamente al ámbito peloteril, podíamos encontrar a las 3 variables de este personaje: 1) El dueño de la cancha –se entiende hijo del dueño- que indefectiblemente debía jugar de titular, eso no se discutía; 2) El dueño de la pelota, que sin falta debía ingresar al campo de juego y hasta tenía ciertas prerrogativas como por ejemplo elegir algunos compañeros de equipo, y por último 3) Aquel jugador, dotado de ciertas cualidades reales y otras que solamente él se imaginaba que, en el afán de ser el único que convirtiera los goles, jamás pasaba la pelota al compañero, hasta a riesgo de malograr una jugada de la que participó todo el equipo. Odiosos los tres, pero podríamos aventurarnos a asegurar que el último era el más recriminado.

La expresión quedó y los vicios que la originaron también, éstos se extienden a muchas otras actividades de los ciudadanos, y ejemplos abundan por todos lados. Así, tenemos empresas familiares en las que declinan sus actividades hasta terminar cerrando por el celo de la generación mayor en trasmitir el poder y la decisión a los miembros familiares más jóvenes; apellidos atornillados en comisiones directivas de clubes deportivos y Cooperativas, manejándolos como cotos privados; el vicio se traslada también –una vez más- al ámbito político, donde vemos la falta de recambio en las Juntas Municipales y en ambas cámaras del Congreso, con rostros recurrentes una y otra vez a periodos legislativos consecutivos en las listas de candidatos.

Es difícil lidiar en igualdad de condiciones con estos “dueños de la pelota”, porque tienen mucha experiencia y mañas en la cancha, peor aún pinta el panorama cuando aúnan las circunstancias de ser los dueños de la misma, de la pelota y el manejo de la jugada, con el agregado de rodearse de abyectos –a los que eligieron a dedo para jugar el partido- que los apuntalan en su posición intransigente.

Es atribuida a Albert Einstein la frase “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo. Una forma de la locura es repetir la misma cosa una y otra vez esperando resultados diferentes”. Esta frase sintetiza la esencia de la innovación, a la que los pelotajára se oponen tenazmente. Sobre ella, si bien no ha sido posible construir una definición unánime, el dinámico sector privado construye a partir de la práctica sistemática de la renovación, aplicada al ámbito operacional, mercado y negocios, en los que operan las empresas bajo la premisa de consolidar su oferta de valor y agregar ventajas para sus clientes, colaboradores y accionistas.

Imponer el cambio en el sector privado tampoco fue fácil al inicio, pero hoy es casi impensable que en una organización moderna los directivos no hayan elegido y puesto en sus agendas estratégicas el fomento de la cultura del cambio, por otro lado, los resultados en el campo privado son tiranos y las consecuencias negativas expresadas en números rojos, sencillamente, se pagan. No ocurre lo mismo en el sector público, donde a la búsqueda real de la eficiencia y resultados positivos se le ponen demasiados palitos burocráticos y prebendarios en la rueda, y/o se justifican de muchas maneras, siendo la totalmente desdibujada “función social” el argumento más esgrimido cuando hablamos de entes e instituciones deficitarias, sobrepobladas y obsoletas.

En el panorama pre-electoral actual, los ciudadanos votantes vamos a tener una interesante oferta por parte de los candidatos de siempre, porque sería falso decir que “hay algo nuevo” bajo nuestro sol político. El titular del Ejecutivo, en posesión efectiva de la pelota en este momento, nos ofrece un candidato bastante potable, pero que parecería muy comprometido con demasiadas irregularidades a las que no quiere o no puede enfrentarse. Por otro lado, tenemos a un jugador en el banco con muchas ganas y garras para entrar, cuyo único pecado sería haber negociado muy bien su pase con un sponsor importante (lo que no termina de ser, finalmente, el sueño del pibe).

Después, tenemos varias ofertas más o menos interesantes, por las que queda al criterio y sano juicio de cada quien optar. Y, por último, “last but not least” como dicen los gringos, tenemos al posiblemente peor pelotajára de todos, que se cree dueño de la cancha, también de la pelota y por añadidura es incapaz de hacer un solo pase para que otro se luzca. A pesar de haber perdido varias veces, no suelta la pelota, se rehúsa a negociar porque no tolera jugar del lado de gente que podría ser más capaz que él y, a falta de argumentos es capaz de enviar a su patota a enfrentar a sus adversarios. Esta clase de “dueño del balón”, cerrado en sus ideas, carente de empatía y por añadidura soberbio, terminará seguramente igual que aquél mita´i pichado que no sabía jugar en equipo: Caminando solo hacia su casa con su pelota bajo el brazo, dejando atrás y librados a su suerte a sus compañeros.

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