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Hay que escuchar a monseñor Martínez. Es el paraguayo que llegó a la más alta condición en la jerarquía eclesiástica (solo le faltaría ser papa), y es un hombre que en momentos clave de la política nacional se enfrentó al poder, como en marzo de 1999. Le golpeó la mesa al comandante de la policía, Niño Trinidad, quien recibía solo órdenes de Lino Oviedo, exigiéndole que parara a los francotiradores oviedistas que asesinaban a jóvenes desde el edificio Zodiac.
Además, si le escucháramos a Martínez (y actuáramos en consecuencia) no habría demasiada necesidad de estar pendientes de las decisiones imperiales transmitidas vía Embassy. Para combatir la corrupción y evitar la impunidad “subrayamos la responsabilidad del Poder Judicial y del Ministerio Público” (te deum del 15 de mayo). Esto no se oye en el bunker de Mariscal López y Kubitschek. Lo dijo ese religioso moreno, risueño, alejado de solemnidades y boatos.
Vayamos a lo de “ciudadanía consciente” de la que habla monseñor. Es difícil referirse a la población paraguaya como ciudadanía homogénea. Todavía hay amplios sectores sometidos a atávicos lazos partidarios emocionales y simbólicos, que hoy van siendo sustituidos por lazos económicos: la lealtad al dinero. Es aún escasa la ciudadanía, es decir, el conjunto de personas que actúan razonadamente. Desde ahí no se puede pensar en voto meditado. Le supera el voto comprado.
En cuanto a los partidos políticos, los tradicionales no tienen, ni remotamente, alguna condición de entidades cívicas. Son apenas un trampolín a los cargos públicos, el poder y el dinero. El enriquecimiento meteórico. A partir de ahí los políticos se constituyen en Bruce Willis: “Duro de condenar”. En política, cuanto más grande es lo robado, más impune es el ladrón.
Ahora, los “líderes”, candidatos presidenciales. ¿Qué tenemos? Quien sostiene “vamos a estar mejor”, más que candidato a presidente pareciera candidato a delegado de quien le banca. Lo dijo una periodista del grupo ese: “este no es nada sin aquel”. El otro de su misma divisa entró tarde en la carrera y… espera ayudita. ¿Washington?
La otra vereda parece controlada por quien exhibe un resbaladizo tamiz mesiánico. Desde su posición dominante desconcierta lo concertado. Cree que esta vez no fallará. Pero las sorpresas son cada vez más sorpresivas.
El cuarto es una incógnita. Parece un cazador que espera que a los demás se les acabe la munición. ¿Está todavía para la caza mayor?
Habemus cardenal, pero la calidad democrática según refiere monseñor Martínez pareciera lejana. La carrera presidencial suena hoy más a un torneo de vanidades que a un sincero deseo de servir a la patria.